Como otras personas, seguía Redes a las horas en que lo pasaban: «el oasis de las dos de la mañana», decía Eduard Punset. La hora que nadie quería. Cuando el verano del 2003 recibí un correo en el que pedían redactores para Redes me planteé, ¿por qué no? Punset me encomendó El experimento, un reportaje de tres minutos de duración, que preparé desde el otoño del 2003 hasta la primavera del 2005. Gracias a Punset visité un montón de laboratorios para que los científicos explicaran in situ cómo hacían su investigación.

Realizador, cámara y redactora nos plantábamos en universidades y centros de investigación para completar el tema de qué trataba el programa. Cada uno de ellos desarrollaba un aspecto de la ciencia. Las propuestas venían del mismo Punset o de cualquier persona del equipo. El desatascador podía ser un libro de alta divulgación -muchas veces escrito por el mismo científico al que luego se invitaba al programa o se le iba a entrevistar-, un artículo científico o la noticia de un diario, que estirábamos hasta la fuente.

Con la lista de temas científicos a tratar se repartían las tareas: ¿a quién se entrevista? ¿Al autor de un libro? ¿A un premio Nobel? ¿A un científico local especialista? Y se planteaban los reportajes y las animaciones que complementaban el conocimiento complejo del programa. Entre medio se planificaba sobre qué y dónde se grabaría El experimento. Además de Punset, que tenía la confianza de RTVE, cabe destacar la profesionalidad del productor Fernando González Tejedor, que todo lo hacía posible.

Una de las virtudes de Punset es que se sabía rodear de buenos profesionales (y me refiero a mis compañeros). Yo también podía trabajar codo a codo con científicos jóvenes, dinámicos y capaces de elaborar la información de cada programa de la manera más clara posible. Y de realizadores que sabían reflejar en imágenes lo que Punset quería.

Redes hablaba de ciencia de última hora. Con El experimento íbamos a grabar investigación que aún ahora es punta, como unas pinzas ópticas para mover células en vivo; cómo se estudiaba el comportamiento caótico con luz de láser, o cómo un tren podía levitar. Cuando era necesario, también buscábamos en la historia, como cuando explicamos el caso de Semmelweis en un programa sobre epidemias. «Sonríe a cámara», me decía Punset cuando estábamos en el plató.

Para ilustrar cómo era de capaz el equipo, recuerdo que para grabar las imágenes microscópicas de las pinzas ópticas estuve pensando qué células podrían ser más visuales. Hasta la tarde anterior no se me ocurrió: espermatozoides. Llamé al productor que me dijo algunas palabras gruesas. Pero al día siguiente tenía lo que había pedido. «No preguntes», me ordenó. Así, con la capacidad de elegir un equipo potente y de hacer preguntas que hacían alcanzables conceptos complejos, Punset supo auparse a hombros de gigantes y hacer la ciencia asequible.