TCtompagino mi admiración por la psicología con cierto escepticismo sobre su eficacia a la hora de solucionar los conflictos anímicos del ser humano. Uno de mis autores preferidos, el psicoanalista Erich Fromm , aconsejaba a aquellos lectores-pacientes que no pudieran asistir a la consulta de un especialista la práctica del psicoanálisis en los ratos libres, sin ayuda de nadie. Eso de escarbar en las propias miserias al libre albedrío me agrada más que tumbarme en un diván ante un desconocido a quien he de ofrecerle el parte semanal de traumas. Hace muchos años recibí los servicios de un psicólogo, pero no tardé en dejarlo porque era muy caro y en vez de curarme esos traumas añadía otro nuevo: el económico. Además, la relación asimétrica entre doctor y paciente (a favor del primero) me resultaba violenta: yo dejaba al descubierto todas mis heridas de guerra mientras este señor solo me desvelaba de su personalidad una cruel destreza para dejarme tieso el billetero.

Un día descubrí que la mejor manera de superar el rubor que provoca confesar tus preocupaciones a un solo individuo es contárselas al mundo entero. Encontré el medio de hacerlo en la escritura, esa suerte de psicoanálisis casero en el que doctor y paciente recaen en la misma persona. Cambia el formato y la audiencia, pero la esencia es idéntica: el strip-tease psicológico. Al escribir consigo sortear el pudor de desnudar mi interior gracias a la elipsis, la exageración, la evocación nostálgica, el distanciamiento e incluso la parodia. La escritura no ha curado mis traumas --más bien todo lo contrario--, pero me ha enseñado a convivir con ellos.