A mediodía, la playa de Nuakchot era ayer un hervidero. Las olas golpeaban los cayucos que llegaban a la arena y centenares de personas se afanaban en la descarga de pescado. Los pescadores llenan con palas las cajas rebosantes que los jóvenes llevan sobre la cabeza hacia la lonja, mientras una multitud de chavales pegan saltos tras ellos intentando birlarles tantas piezas como puedan. Poco pueden decir los propios porteadores, que aprovechan un agujero en los impermeables para hacer desaparecer por el camino algunos ejemplares. La pesca sigue siendo uno de los motores económicos de esta ciudad de 700.000 habitantes, aunque los pescadores dicen que está en declive. "Hay menos pescado y la vida es difícil aquí, pero aún así no queremos que nuestros hijos se vayan a Europa", afirma Baro.

De creer a los pescadores de Nuakchot, de la capital mauritana ya no parten cayucos hacia Canarias. "No, hombre, no. Ahora salen de Senegal, y hasta de Guinea Bisau", explica Baro. "Es cierto que salieron muchas barcas de aquí. Hay madres que lloran día y noche por sus hijos, de los que no han vuelto a saber nada. Pero desde hace un par de meses, esto se acabó. Hay mucha más policía", añade. En Nuakchot, como en Nuadibú (unos 550 kilómetros al norte, en la frontera con el Sáhara Occidental), la presión de la Gendarmería mauritana parece haber asfixiado la salida de embarcaciones con destino al sueño europeo tras los acuerdos alcanzados en marzo con España. Sin embargo, eso no quiere decir que la ciudad haya desaparecido del mapa de las rutas de la inmigración clandestina, sino que se ha reconvertido en un punto de avituallamiento.

"Los senegaleses que salen de Saint Louis siempre tienen algún conocido por aquí, con el que acuerdan el repostaje", cuenta Mohamed Buakar, que tiene una tienda de material para la navegación junto a la playa. A través de los móviles, se concierta una cita nocturna en alta mar, a la que acude una embarcación que zarpa de las playas cerca de Nuakchot cargada con agua, alimentos y combustible. "También funcionan cayucos taxi , que acercan a uno de los viajeros a la costa para comprar víveres y gasolina y lo devuelven a la barcaza", dice Baro, quien afirma conocer a varias personas que se dedican a este negocio, pero rehúsa poner a los periodistas en contacto con ellas.

A 1.000 kilómetros

Con 25 bidones de 70 litros de combustible basta para llegar a Canarias. Si hay otra parada prevista en los alrededores de Nuadibú, el aprovisionamiento es más ligero. "La mayoría navegan siguiendo la costa hasta Mangar", dice Mamadu Tcham, otro pescador.

Mamadu asegura haber tenido un encuentro con una de estas barcas el lunes: "Era de unos 20 metros de eslora, y conté al menos 55 personas, entre ellas, dos mujeres. Me dijeron que venían de M´Boud y había dos que decían que no podían más, y que querían volver. Yo les llevé hasta la costa", añade. "La gente saldrá de donde haga falta. Mientras Africa sea tan pobre, esto no lo para nadie", concluye.