La estación de ferrocarril de Cáceres no está preparada para viajes de ida y vuelta en el día. Queda lejos del centro, no hay autobús urbano, salir a pie es difícil por los pasos elevados y, según avisa una señal, no se puede estacionar el coche más de 20 minutos porque se lo llevará la grúa, aunque a la hora de la verdad, el cartel está de adorno y la grúa no actúa.

En el resto de Europa, las estaciones ferroviarias, en general, están en el centro de las grandes ciudades. En Extremadura, sólo la estación de Mérida está ubicada a un paso del cogollo urbano y quizás sea ése el principal inconveniente para un uso masivo del tren regional.

Por lo demás, la estación de Cáceres cuenta con los servicios básicos: baños limpios y gratis (no hace mucho costaba dinero usarlos), cafetería amplia, quiosco de prensa bien surtido, plausible prohibición de fumar, 15 consignas automáticas, media docena de carritos portaequipajes, bancos, monitores informativos y un teléfono público en el bar porque las dos cabinas de la estación no funcionan.

NUEVOS SUBTERRANEOS Están arreglando los pasos subterráneos, que se encontraban en un estado lamentable. Aunque la obra no está acabada, ya son dignos y, por lo que se adivina, tendrán acceso para discapacitados y no será una odisea ascender con maletones. Las taquillas están dispuestas a la antigua usanza: cristaleras recias y detrás, los vendedores, nada de las nuevas técnicas de atención al cliente que funcionan en otras estaciones. Pedimos un billete de ida y vuelta a Plasencia en el día y el precio parece razonable: 6.65 euros. El horario también es interesante: permite pasar la tarde en la ciudad del Jerte y regresar ya de noche.

Viajaremos en el convoy estrella de los nuevos trenes extremeños, un R-598 que llega con puntualidad exquisita y sorprende por su aerodinamismo y su blanco brillante con franjas naranja. Aunque lo que más llama la atención es cómo huele a nuevo. Da gusto entrar en el vagón e inhalar un aroma a estreno que reconforta tras tantos años soportando aquel olor a cochambre, a mugre mecánica, a desecho ferroviario.

Unos 25 viajeros montan en el andén cacereño. Es martes, son las 16.32 horas y el R-598 Badajoz-Madrid parte a la hora anunciada. El interior del vagón es luminoso y alegre. Unos paneles digitales avisan de la hora, las paradas, la temperatura y la velocidad. Los asientos, muy ergonómicos, se reclinan sencillamente, tienen bandejas para escribir o leer, los ventanales son amplios y una voz atiplada da la bienvenida e informa por megafonía de las incidencias del viaje.

Pero ya estamos en ruta y a la altura de Carrefour , el R-598 empieza a correr que se las pela. Acostumbrados a viejos talgos y a vetustos camellos , el viaje parece vertiginoso y uno siente un pinchazo de orgullo cuando el panel luminoso avisa de que el tren circula por Capellanías a 141 kilómetros por hora.

Cual centella desenfrenada, el R-598 cruza Los Llanos de Cáceres y llega a La Perala en 10 minutos exactos. Pero ¡ay!, ya bajamos hacia el Almonte y el Tajo, ya comienzan las curvas, ya desciende la velocidad a 111 kilómetros, y después baja a 81. Aun así, en 18 minutos estamos en la estación de Río Tajo.

¿Fallos de esta primera parte del trayecto? Pues el traqueteo: temblaba tanto que los viajeros parecían flanes. ¿Fallos de la segunda parte? Pues las vías. A Cañaveral aún llegamos con cierta alegría (100 kms.) y en tan sólo 27 minutos. Y por Casas de Millán el panel marca 102 kilómetros, pero a partir de ahí, el viaje se eterniza: 80... 60... 41 kilómetros por hora. Aprovechamos la velocidad de diligencia para conocer los baños.

¡Oh, la la! ¡Qué maravilla! El retrete supera al del AVE y es mejor incluso que el del TGV francés. Se abre y se cierra automáticamente oprimiendo un botón iluminado en verde fosforito. Es amplio, hay un espejo inmenso, una bandeja para cambiar cómodamente a los bebés, está habilitado para discapacitados, la tapa del sanitario no se baja por sorpresa en las curvas, hay jabón cremoso, nada de aquellos polvillos higiénicos espantosos, y la puerta se abre suavísima apretando otro botón: fisssssss. En fin, una delicia para los niños... Y para los mayores.

Con tanto entretenimiento, ya estamos llegando a Plasencia. Velocidad: 77 por hora. Por megafonía se avisa de la parada y el reloj da una sorpresa: vamos a llegar con 13 minutos de adelanto. A pesar de las vías decrépitas, el R-598 se ha portado y ha hecho lo que ha podido: 67 minutos de viaje entre Cáceres y Plasencia no es para tirar cohetes, pero, al menos, compite con la carretera.