Buena tarde de toros la que ayer se vivió en Zafra, en una feria que ha reducido el número de festejos. Y ante una corrida de Zalduendo, justita de raza pero de las que dejan estar a los toreros, la puerta grande daba cuenta de un triunfo que, como todo en la vida, tuvo distintas graduaciones y diferente importancia. Porque importante fue la tarde de Ginés Marín, con el bueno y con el menos bueno, con el que tuvo clase y con el que se inventó. También tuvo seriedad lo que hizo José Garrido, con un lote que no regalaba nada, y Luis Miguel Adame, con dos toros de muy buen son, llegó a los tendidos pero lo hizo con un toreo que tiene lagunas.

Toro terciado el que abrió la corrida y al que José Garrido, de salida, toreó con gusto y hondura a la verónica. Quite por chicuelinas bien trazadas, que daban cuenta de lo bien que este torero maneja el capote.

Fue ese un animal al que faltó raza, con tendencia a salir distraído del muletazo, que se acostaba y reponía por el pitón derecho. Al natural Garrido logró series de trazo largo, muy asentado, con temple y mucha solvencia. Por encima del zalduendo, saludó.

Poco se empleó en el capote del de Badajoz el cuarto. Iba y venía a su aire y protestaba en la acertada lidia de Antonio Chacón.

Toro al que en la muleta faltó fondo. Andaba muy justo de codicia y todo lo tuvo que poner el torero que, bien colocado, le daba pausas y le adelantaba la muleta. Garrido le cuajó una faena a más. No se dejaba tocar la tela y corría la mano con limpieza, ligando los muletazos, para al final tomar al animal en la corta distancia, llegando mucho a los tendidos. Paseó dos orejas.

Espectacular de capa el burraco que hizo primero del lote de Ginés Marín. Terciado pero reunido y con él, que tuvo nobleza y dulces embestidas, el de Olivenza dio una sinfonía de toreo con capote y muleta. Verónicas a compás, bajas las manos, con la delicia del remate de la media verónica.

Sin más y citando desde los medios, se dispuso el diestro a torear al natural. Pases muy rematados, por abajo, toreaba con los vuelos, cuando el pase natural se engrandece. Tandas muy logradas, también por el pitón derecho, la faena fue tomando cuerpo e importancia, la que da la ligazón y el ritmo, la cadencia y la belleza. Gran estocada y dos orejas.

Con muchos pies de salida el cuarto, al que Ginés Marín recibió con una larga junto a tablas y verónicas de hondo sabor. Toro que muy pronto, ya en el quite, comenzó a tardear, a quedarse corto y a buscar las tablas en el segundo tercio, con susto incluido para Antonio Punta.

Ginés no tenía toro y él se lo inventó. Comienzo de faena aliviando al animal por alto, y pronto en redondo, todo con mucha suavidad, con mucho empaque y con mucha torería. Así fue desgranando una faena de mucha pureza por el sitio en el que el diestro se ponía, y de enorme belleza, la que surgía cuando la naturalidad se hacía omnipresente, cuando el torero componía con el toro una figura en movimiento sin brusquedades, corriendo la mano y haciendo al toro a ir a más. Media y dos descabellos privaron a Ginés Marín de la segunda oreja.

Agradable por delante y de bonitas hechuras el primero de Luis David Adame. Largo de cuello, echaba el morro por delante en el capote del azteca. Primeros lances, tijerillas de rodilla genuflexa.

Con la muleta parecía que Adame se traía la faena ya pensada con los consabidos pases cambiados por la espalda, esos mismos que no ayudan precisamente a ir al toro hacia delante y sí a defenderse. Faena con altibajos, que adoleció de falta de ajuste y en la que primó la cantidad sobre la calidad, al final con desplantes de cara a la galería. Goyetazo que hizo guardia, pinchazo y estocada, lo que no fue óbice para que el generoso público solicitará y se concediera la oreja.

Más toro que sus hermanos el sexto, tuvo cierta brusquedad de salida y empujó en el caballo con la cara alta. Zapopinas en el quite de Luis David Adame, esos lances que trajo a España El Juli, y que por eso aquí se llaman lopecinas.

Inicio por estatuarios, lo que tampoco parecía que era lo mejor para un animal que hasta entonces parecía topar. Pero no, porque Adame lo tomó con la diestra y el zalduendo comenzó a embestir con codicia y por abajo. Primera tanda con enganchones, y segunda y tercera más entonadas, pero ¡ay!, el toreo era despegado. Mejor el mexicano al natural, mano baja, toreando en línea, lo que dificultaba la ligazón porque el toro se abría. Estocada, el torero se quedó en la cara y pudo tener un disgusto. Y dos orejas.