Ayer se vivieron en Zafra momentos inolvidables, especialmente cuando Morante de la Puebla dijo que le había llegado la inspiración ante el mejor toro de una corrida desigual por todo. Desigual de presentación, y desigual de juego. Y sin embargo, en esa variedad de comportamientos estribó el que nunca decayera el interés por lo que sucedía en el ruedo.

Morante sorteó un primer toro que no se empleó ya de salida en el capote. Sin malas ideas, fue un animal muy deslucido por su sosería. Pero llegó el cuarto, un precioso castaño de nombre Morisqueto, con el que se cumplió ese aforismo de que un toro reunido es muy probable que embista a lo largo de su lidia. Lo mismo que uno destartalado es difícil que lo haga.

Pronto brotó la magia del capote de este diestro tan singular. La verónica, que es la suerte fundamental del toreo de capote, llegó y lo hizo en su plenitud. Esa forma de jugar las muñecas del torero de La Puebla del Río, esa manera de acompañar la embestida eternizando el lance para formar un dúo escultural en cadencioso movimiento, cuando toro y torero se funden y, en el caso de Morante, casi se abrazan.

Repitió las hermosas verónicas en el quite, mecidas, atracándose de toro. ¡Qué grande es Morante, que destierra las chicuelinas chapuceras tan abundantes hoy! Chicuelinas que hay que decir que ayer no dio el sevillano, pero que en él tienen otro aroma.

La faena de muleta fue un canto a la inspiración y a eso tan caro que es la naturalidad y el sentimiento. Morante no llevaba la faena hecha, tampoco pensada, y su estar ante el toro era pura improvisación. El inicio de faena fue muy hermoso junto a tablas, para después desgranar inmensas tandas en redondo en los terrenos de fuera, y al final, ante un animal que duró mucho, en la parte del ruedo en la que estaba la querencia del animal, a favor de ella.

Todo fue como una sinfonía, con esa apertura descrita y con la melodía in crescendo, todo de un enorme lirismo, el que afloraba cuando Morante llevaba al buen toro cosido en la franela, jugando esa cintura juncal y mostrando esa forma tan especial de cargar la suerte, que es bascular el peso hacia el toro, sobre la pierna que torea.

Todo fue sublime, sin un altibajo, porque las tandas eran rotundas, muy ligadas, y los remates eran sorpresivos. Pinchó Morante y cobró una buena estocada. Se desató el delirio aunque el Presidente, que era don Manuel Lucia, se resistió a conceder la segunda oreja. Al final la dio y uno diría a tan buen aficionado que no se arrepienta, y menos sienta remordimiento. ¿Qué es un pinchazo ante esa magna obra?

A El Juli correspondió otro bello toro, el primero de su lote, que enseñaba las puntas. No mentía tampoco por hechuras el de Daniel Ruiz y su comportamiento confirmó lo que apuntaba. Ya de salida tuvo alegría y el madrileño afincado en Olivenza lo toreó a la verónica ganando terreno. Fue pronto y galopón en banderillas, para llegar a la muleta con un buen pitón derecho, aunque protestaba por el izquierdo.

En redondo y con la mano diestra dio cuenta de su maestría al ir cobrando series muy ligadas, de profundo y largo trazo. No tocaba el animal la tela que le encelaba y los derechazos se convirtieron casi en circulares en una tanda final de gran calado. Tras una estocada fulminante cobró dos orejas.

El quinto fue un animal que no se empleó nunca. Era reservón y menos mal que cayó en manos de Julián López. De uno en uno pudo sacarle muletazos con la premisa de pulsear una embestida sin ritmo ni celo.

Miguel Angel Perera tuvo el lote más complicado pero resolvió los problemas con una entereza magnífica. Era feo su primero, estrecho de sienes y hecho cuesta arriba. Era un animal al que costaba rebozarse en el engaño pues tendía a no desplazarse. Pero Perera dio con la tecla, que era esperar al astado con la muleta un punto retrasada para lo normal en él. Citaba con la tela a la altura de la cadera y así aprovechaba la inercia del toro. El resultado fueron muletazos largos y muy meritorios. Acertó con el estoque y fue premiado con dos trofeos.

El sexto era una prenda por mirón. Tenía peligró y medía al torero, quien tuvo que acentuar los toques para lo que él gusta. Así pudo ligar varias series para concluir con un arrimón de cabal sinceridad.

¡Ah!, y la plaza se llenó, lo que es un rayo de esperanza en estos momentos tan complicados que todos estamos viviendo.