Ayer se vivió en la plaza de toros de Zafra un día histórico. Una tarde que engrandeció la trayectoria de esa plaza que pronto cumplirá 170 años de vida, pero también una tarde muy importante en la carrera de Alejandro Talavante. Para él la encerrona era un desafío, y lo superó con enorme brillantez.

Lo mejor de todo fue que en ningún momento decayó el interés por lo que sucedía en el ruedo. La corrida, que duro dos horas y tres cuartos, ofreció gran variedad en todo: en cuanto al juego de los toros, pero además en cuanto a la forma en la que los lidió el torero de Badajoz, con una suficiencia y una facilidad tremendas, pero también con una gran entrega y una no menos espléndida variedad en su quehacer.

Respecto a presencia la corrida tuvo algunas desigualdades, abundando más los toros reunidos y algunos muy bien presentados. El primero, de Victoriano del Río, era un toro armado en delantero y rematado, aunque un punto regordío; el salpicado de Cayetano Muñoz era un dije de bonito; el colorado de Garcigrande tenía unas hechuras perfectas por armonioso; el de Daniel Ruiz desentonaba por feo, pues era alto y de poca cara; el primero de Zalduendo también estaba rematado; el de Núñez del Cuvillo era de bonitas hechuras y muy feo de cara, acapachado y muy abrochado de pitones; y el sobrero se dejó de sobrero porque eran montado y muy estrechito de sienes.

Con ellos Talavante mostró su madurez. Con el capote jamás hubo monotonía. La verónica, las chicuelinas, las saltilleras, las gaoneras, las tijerillas, el farol de rodillas, las largas de remate o las medias abelmontadas, todo dio una sensación de torero muy capaz, de artista que gozaba con lo que hacía.

Con la muleta se pudo ver al mejor Talavante, a un joven torero que es un gran artista, poderoso cuando había que serlo y dulce cuando el toro no pedía sometimiento. Siempre improvisando, sin guiones previamente escritos, llegó el toreo rotundo por abajo, con series muy ligadas cuando el toro lo permitía. O también apareció el recrearse con las embestidas más pastueñas. Y el improvisar, con los muletazos cambiados por la espalda, muy mexicanos. O el cartucho de pescao con que inició la faena al sobrero. O inclusive las banderillas ante ese astado postrero, la primera vez que se lo hemos visto.

Con la espada vimos al Talavante que esperamos, pues a varios los mató de forma magnífica, a alguno recibiendo y al que tuvo que descabellar, siempre lo hizo al primer intento.

Toro a toro Talavante los fue cuajando. Al regordío primero le hizo una faena templada y a veces a cámara lenta. Esa fue una tónica de la tarde, el torear despacio y no dejarse nunca enganchar la muleta. Fue ese un trasteo de muy buen concepto y, con el astado a menos, se pegó Talavante un arrimón.

Al de Cayetano Múñoz, a su embestida pronta y repetidora correspondió el diestro con series en redondo por ambos pitones de mano baja, y con manoletinas finales de mucho aguante.

Al nobilísimo de Garcigrande lo exprimió tras darse un atracón de toreo sentido e improvisado. El animal embestía despacito y a su dulzura correspondió el torero con muletazos lentos y toreo cambiado por la espalda, tomándolo muy en corto.

Al genio del de Daniel Ruiz le plantó cara y tapó sus defectos. Tenía una embestida desigual y llevaba la cara alta al final del muletazo. Pero nunca dejó que le tropezara la tela, lo que supuso que el burel durara e incluso pareciera lo que no fue.

También el quinto, de Zalduendo, echaba la cara arriba en el remate del muletazo. Primero tiraba el torero de él y lo llevaba largo. Después, el temple, todo lo mejoró.

El de Núñez del Cuvillo tuvo de salida un complicado pitón derecho, por el que se acostaba. Talavante le plantó cara, primero con la zurda, cuando los naturales brotaban largos y rotundos, muy rematados con ese giro de muñeca que en este torero es todo un paradigma. Después volvió al pitón que primero fue malo y resultaría bueno al final.

Por último, ante el sobrero de Zalduendo, se vio otra vez la grandeza del toreo por abajo, el toreo ligado con media muleta arrastrada por el albero. Al final se rajó el toro, lo que no fue óbice para que se comenzara a pedir el indulto. Creo que al Presidente no hay que ponerle en esos aprietos, pues estuvo muy acertado cuando no transigió.

Talavante es mucho Talavante. Algunos lo dieron por amortizado. Craso error, pues a este gran torero sólo había que saber esperarle.