TEtste año no toca China imperial ni safari de Kenia en trescientas fotografías (ya saben: yo, con el antílope, yo, con la cebra y así hasta el infinito). Este verano los amigos tendrán que conformarse con cenas sin sesión de vídeo (de nuevo, yo, con el guía, etc.etc.). La crisis nos conduce a destinos nacionales, a apartamentos compartidos, a visitas sorpresa a los conocidos del pueblo. Parece un plan tranquilo, pero es mucho más arriesgado que atravesar el Serengueti en hora punta. Y tan entretenido que solo hace falta echarle imaginación. Este agosto no conoceremos a los masai y sus costumbres, sin embargo, conviviremos con ritos ancestrales de concuñados políticos. Puede que no escuchemos hablar en suahili, pero sí nos martirizará el ameno lenguaje juvenil de nuestra sobrina adolescente, con la que también disfrutaremos de lúdicos encontronazos por el uso del baño. Y qué decir de las comidas de la suegra, con su picante digno de los guisos más atrevidos, los ronquidos del suegro, semejantes a la llamada nocturna de algunos animales, y la labor de zapa del cuñado, con costumbres de hurto y escaqueo similares a las de la urraca. El paseo de media hora hasta la playa, cargados como mulas, bien puede equipararse a recorrer la muralla china, y el ruido nocturno de las motos nos conducirá al Nueva York cosmopolita. Así que no se quejen. Nada tiene más morbo y más misterio que compartir playa con tu jefe, o rozarse en la cola de la pescadería con el director de la sucursal del barrio. Déjense de aventuras y cierren los ojos. Por lejano que sea el destino todos los viajes acaban con el mismo deseo de volver a casa.