A finales del pasado año, con Islandia ya irreversiblemente inmersa en la senda de degeneración económica que ahora la ha llevado a las puertas comunitarias, la Europa de los 27 alcanzó los 500 millones de habitantes. O casi. La cifra, a fecha 1 de enero del 2009, es de 499,8 millones de personas viviendo dentro de sus fronteras, un guarismo que tras pasar por el redondeo tiene un importante impacto simbólico y, de acuerdo con los datos ofrecidos ayer por Eurostat --la oficina de estadística comunitaria--, se debe en buena parte al aumento en el número de nacimientos sumado a la llegada de inmigrantes. Si fuese un país, que no lo es, la UE se situaría en términos demográficos en el tercer puesto mundial, solo por detrás de China y la India, que superan los mil millones. Sin contar con Islandia, que dentro de poco, en principio, entrará en su seno con sus escasos 313.000 habitantes.

El umbral de los 500 millones se ha alcanzado de esta manera: cuando acabó el 2007, dentro de las fronteras comunitarias había 497,7 millones de habitantes; un año después, la población creció 2,1 millones gracias a una inmigración neta de 1,5 millones de personas a la que hay que sumar 5,42 millones de nacimientos y restar 4,83 millones de muertes. El Eurostat, en su informe, dibuja el siguiente cuadro demográfico de la UE: "La situación en el 2008 supone una continuación de la tendencia al alza que comenzó a darse en el 2004, debido tanto a un aumento moderado de la tasa de natalidad como a una tasa de mortalidad que se ha mantenido relativamente estable, mientras que la tasa de inmigración neta durante el mismo periodo se ha situado a un nivel anual de entre 1,5 y 2 millones". Es decir: más partos, los mismos decesos y llegada más o menos constante de foráneos, igual a 500 millones de personas.

ALZA DE LOS NACIMIENTOS El factor determinante, lo más novedoso a ojo de los expertos del Eurostat, por tanto, es el aumento de la tasa de natalidad (un dato positivo teniendo en cuenta lo envejecida que se encuentra la población europea): en el 2000 fue de 10,6 por cada 1.000 habitantes, en el 2007 --cuando ya se habían incorporado la República Checa, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, Rumanía y Bulgaria-- fue también de 10,6, indicador que en el 2008, en cambio, ascendió hasta 10,9. Parte de esos nacimientos se debe a la población que viene de lugares extracomunitarios, que suele tener más hijos, pero el flujo migratorio en toda Europa ha disminuido durante los últimos dos años, entre otros factores debido a la crisis económica: entre el 2007 y el 2008 la tasa de inmigración neta pasó de 4,2 a 3,1 por cada 1.000 habitantes.

Esta tendencia se ha repetido en la UE, desde Alemania hasta España. Mientras en el primer país el índice de nuevos foráneos bajó en los dos cursos de 0,5 a 0, en el segundo descendió de 15,6 a 9,1. Y aquí se acaban las similitudes. Españoles y teutones no han podido tener una conducta demográfica más distinta.