Un fuerte crujido, carreras y sálvese quien pueda. J. B. es uno de los empleados en las oficinas que la UTE tenía a pie de obra en el viaducto siniestrado en Almuñécar. En el momento del accidente, tras oír un "ruido enorme", se escondió debajo de la mesa de su despacho, como en un terremoto, y, milagrosamente, salvó la vida, porque la caseta prefabricada en la que se encontraba quedó completamente destrozada por el impacto de la plataforma, de 20 toneladas de peso. Tras el siniestro, comprobó con suerte que varios compañeros también habían escapado de una muerte segura al huir hacia el otro lado del viaducto.

La caída de la plataforma sobresaltó a los vecinos de Almuñécar, apenas a tres kilómetros del lugar del suceso, que a las 15.38 horas estaban comiendo tranquilamente. Es el caso del propietario del bar Mesón Florido, donde los trabajadores portugueses de la subcontrata Douro solían ir a almorzar a media mañana. Fernando Morcillo se mostraba muy angustiado porque los conocía a todos. "Venían aquí a comer a diario su bocadillo antes de seguir trabajando".

Morcillo contaba que era un grupo de 19 trabajadores, algunos de los cuales vivían en el municipio con su familia, aunque la mayoría aprovechaban los descansos se marchaban a Portugal para ver a los suyos. "Eran muy respetuosos y tranquilos, se movían en grupo y hacían vida juntos", lamentaba el dueño del bar, que intentaba recabar datos para comprobar cuál de sus "amigos" había fallecido.

"Estoy seguro de que los conozco, pero ahora mismo no puedo ponerles cara", sollozaba mientras explicaba que ninguno de los fallecidos superaba los 40 años. Todos ellos habían trabajado desde comienzos de año en un viaducto similar en Rioseco, concluido antes del verano "y que no ha dado problemas; era una obra que estaba bien".

Los curiosos que fueron a la zona relatan que era una escena "dantesca", con hierros retorcidos y obreros cubiertos de polvo, muchos con contusiones y magulladuras leves que se buscaban entre sí para comprobar que seguían vivos.