Creo que lo peor de las vacaciones son las propias vacaciones. Quiero decir que es un tiempo que idealizamos tanto durante los meses en los que no lo tenemos, o mientras lo tienen los demás, que cuando llega y podemos disfrutar de esos días nada de lo que hacemos termina siendo como habíamos imaginado. Ni podemos viajar como queríamos, ni podemos leer todo lo que deseábamos, ni podemos descansar lo que necesitábamos... Pero en el fondo las vacaciones no son mentira, somos nosotros los que nos hemos estado mintiendo durante todo el año. Y si todo sale mal durante esos días queda el consuelo de volver a engañarnos otro año completo imaginando que será mejor en la próxima ocasión. Yo siempre he pensado que las vacaciones sirven para huir de nuestros fantasmas. Para engañarnos sabiendo que no habrá reproches, que es la definición más exacta de huir de un fantasma. Leo estos días Cultivos, de Julián Rodríguez, y me pregunto si el viaje que realmente deseamos hacer siempre (y evitamos constantemente) es el de retorno a nuestros orígenes. También me pregunto por qué esas ganas de huir. Y me hago estas preguntas cuando estoy de vacaciones, huyendo de tantas cosas. Porque lo mismo las vacaciones solo sirven para escapar de los deseos de un viaje que nos persigue. Un viaje en el que tendríamos mucho que reprocharnos por todo lo que nos hemos engañado con el deseo de otros destinos que nunca son el nuestro. Reproches también por todos los fantasmas a los que hemos dejado de visitar. Pero también puede ser (cabe esa posibilidad) que no nos hayamos ido nunca y, lo mismo, como diría Rilke , la sensación que tenemos es que siempre nos estamos marchando. Aunque sea de vacaciones. Aunque sea de mentira.