Valeriano Gutiérrez Macías, ejemplo de investigación y divulgación de los temas cacerenses, algo que hizo durante más de sesenta años, acaba de fallecer en Albacete. Atrás queda una vida de generosidad en pro de la cultura extremeña desde las páginas de Extremadura , la Revista de Estudios Extremeños , La Estafeta Literaria , Alcántara , Ejército , Informaciones , Arriba , La Vanguardia y otras publicaciones.

Apasionado de los valores etnográficos, conferenciante, cantor de las raíces histórico-culturales, redescubridor de Gabriel y Galán, cronista de honda raigambre, tertuliano infatigable, conocía Cáceres como la palma de sus manos. Y a sus gentes y hechos, sus acontecimientos y el boca a boca de la actualidad, con generosidad de la cultura humanística. Amante del Cáceres de su alma jamás se cansó de escribir de sus leyendas y folklore, sus piedras y fantasías, sus hombres y mujeres, del habla popular y sus actos, sus romerías y coplas. Melodías que recorrían la España rural y urbana, para que se supiera de Cáceres por sus crónicas y artículos.

Estudioso del extremeñismo trabajó sobre cuantos personajes pasaron a la historia. Fue amigo leal de tertulia de tantos distinguidos cacereños, Muñoz de San Pedro, José Canal, Fernando Bravo, Pablos Abril, Dionisio Acedo, Ricardo Senabre. Siguió la estela de tantos jóvenes que se abrían paso el pulso entre las letras y el extremeñismo: Pérez Mateos, Víctor Chamorro, Viudas Camarasa, Santiago Castelo. Y que extendía a todos los ámbitos de nuestra tierra: Solís Avila, Ortega Muñoz, Jaime de Jaraíz, Pérez Comendador, Angelita Capdevielle, Juan de Avalos, Rafael Ortega, J. J. Narbón, Teófilo González Porras, Massa Solís... Y que me perdonen tantos amigos, admiradores de don Valeriano, que formaron parte de su quehacer y forma de ser.

Gutiérrez Macías fue un ejemplo de hombre de la tierra parda que disfrutaba haciendo camino de la poesía humanística, y que le llevaba a pasear por las calles entre reposadas charlas que podían empezar en una rebotica, seguir en un casino, continuar por Cánovas y finalizar en su despacho con una convocatoria cultural, un cuento, un artículo, un canto al esfuerzo de los paisanos.

Don Valeriano, como siempre se le conoció, fue amigo de las trastiendas y las salas capitulares, de las bibliotecas y conventos, de los salones de actos y de los viajes, de pegar la hebra con pastores y estudiosos de la cultura para ahondar en el encanto de Extremadura. Fruto de ello fueron los numerosos galardones que colgaban en las paredes de su casa donde resplandecían los colores de su cacereñismo, que hacía camino al andar, y que con el alba descubría la ilusión del trabajo en pro de los surcos de aquella Extremadura inédita, desconocida, sublime y majestuosa.

Juan de la Cruz Gutiérrez