Desde hace más de cuatro años, Toni Aunión y su dálmata son los únicos habitantes permanente de la céntrica aunque solitaria plaza Alta de Badajoz, un espacio que durante años sufrió las consecuencias del olvido y la degradación y que desde hace otros tantos está siendo sometida a un proceso de recuperación, que de momento sólo ha sido estética, porque se ha traducido en la rehabilitación de edificios pero allí no vive nadie, salvo el apartamento de esta mujer, frente a las Casas Consistoriales.

A ella le da cierto rubor que la entrevisten por el hecho de ser la única vecina de este espacio, cuando en su opinión, más valientes han sido aquellos que optaron por quedarse a vivir en el casco antiguo pacense en época de vacas flacas, cuando nadie apostaba por la recuperación de este barrio, y ahí siguen. "Aquí hay gente que tiene más mérito que yo, porque no se fueron cuando el resto se marchó".

Ya no recuerda exactamente cuánto tiempo lleva viviendo en la plaza Alta, una decisión de la que no se ha arrepentido, todo lo contrario. Los vecinos más próximos están en la calle Moreno Zancudo, también está la tienda de Julián, en la plaza de San José, que abre hasta las tantas... "Me gusta esta zona, vivir aquí es una apuesta personal, porque la única manera de rehabilitar un casco histórico que ha estado tanto tiempo abandonado es viviendo aquí, pero además viviendo, no sólo en horario de oficina". Toni es economista, tiene en su casa su despacho y también trabaja en la Hospedería de Monfragüe. "Prefiero una casa aquí que en otro lugar donde haya un montón de vecinos que no se conocen".

Tenía pensado comprar su casa en otro lugar, pero surgió la oportunidad "y yo siempre he tenido predilección por los cascos históricos, siempre que voy a cualquier sitio, me atrae el tipo de vivienda y la vida que se genera, porque es más de barrio, tienes más contacto con la gente y con las tiendas".

A pesar de que vive bien, quiere que vengan vecinos a la plaza. Las viviendas construidas justo al lado de su edificio están a punto de entregarse, por lo que espera que se ocupen pronto. "Pero yo no me siento sola", insiste. Sí le gustaría que subiese más gente a la plaza Alta, pues dice que todavía hay quien se sorprende al comprobar su estado después de no haberla visto durante muchos años.

En el tiempo que lleva en su casa ha sido testigo del "cambio espectacular" de la plaza. Desde su balcón ha ido sacando fotografías del proceso de recuperación. Lo que le parece una pena es que no se dé uso a los edificios que se rehabilitan. Es el caso de la Escuela de Hostelería, ahora cerrada, o de las Casas Coloradas, terminadas desde diciembre del 2004. En este último caso, no está de acuerdo con que se alquilen, en lugar de venderlas, porque una vivienda se cuida más cuando es en propiedad "y si sus inquilinos se encuentran con conflictos o incomodidades al final se irán a otro sitio".

"La recuperación --dice-- no sólo está en rehabilitar edificios, sino que haya gente que apueste por vivir aquí y que este lugar sea tan digno como otro cualquiera". Quiere pensar que es cuestión de tiempo.