Hay convivencias que chirrían en ciudades de dimensión pequeña y profundas raíces episcopales como Tortosa. No es de extrañar que entre la vecindad del número 20 de la calle de Barcelona, la relación entre Jean Luc A., ‘el Francés’, como era conocido por los vecinos, y el joven marroquí que vivía con él en el cuarto piso, así como las visitas asiduas de más muchachos y, esporádicamente, de otro compatriota francés de mayor edad, dispararan toda clase de conjeturas. Demasiados hombres y escasas explicaciones. Las que daba Jean Luc tampoco convencían demasiado: "Nos decía que el chico era su hijo, y llegamos a pensar que quizá lo adoptaron él y el más viejo, que venía poco. Eso no era trigo limpio", explica una vecina del inmueble que, supuestamente, entre los años 2011 y 2015 llegaron a convertir en el epicentro de una productora de pornografía infantil y explotación sexual de menores de alcance internacional.

Pese a las habladurías y constantes sospechas, al traslado de paquetes, a menudo en tren, y a los frecuentes viajes, la imaginación de los vecinos no llegó a sospechar los niveles de depravación que la realidad muestra ahora. "Desde luego pensábamos de todo, porque todo el mundo veía que eso no era normal, y sospechábamos que quizá trapicheaban con algo de drogas, pero ni cuando hoy [un año después de las detenciones] he visto el caso de pornografía infantil por la tele he relacionado que se referían a ellos", asegura un vecino de la segunda planta.

LUZ AZUL

Otros, más suspicaces, sí vincularon la actividad entonces desconocida a la informática: "De noche, una habitación desprendía la típica luz azul de los ordenadores, y pensé que a lo mejor se dedicaban a producir copias pirata de CD y DVD", apunta otra de las residentes del inmueble. "Una vez, Jean Luc me dijo que tenía una empresa de informática, así como una peluquería en Barcelona, donde había dejado a una encargada, y que él podía trabajar desde donde quisiera: desde casa, desde la playa... donde estuviera", añaden.

Otra fuente de habladurías, claro, eran las reiteradas visitas de jóvenes, en buena parte de origen también marroquí, y en ocasiones más puntuales, de chicas. "Ellos no sé si eran menores. Quizá tenían 17 años; en todo caso no eran niños, y sí venían con frecuencia", comentan los testigos. "Cuando venían las chicas era porque 'el Francés' no estaba. Una de ellas al parecer era novia del joven marroquí, y venía con algunas amigas y se ponían a cantar y a hacer juerga por la noche, pero no creo que hubiera nada más entonces", agregan.

PELO ENTRE RUBIO Y ROJIZO

‘El francés’, un hombre de pelo entre rubio y rojizo, amable en las formas, y muy discreto, con un estilo de vida sin ostentaciones, había escrito en su buzón el nombre de su empresa: Productos AschCom. A ese mismo buzón, explican, llegaba abundante correo postal, lo que no deja de extrañar tratándose de un vecino tan relacionado con la informática. Tras su detención, empezaron a menudear las cartas que enviaba el banco por impago de la hipoteca, y hoy ya solo se acumulan las facturas de la electricidad. No hay más señal de vida en ese piso, donde entraron los Mossos en el 2015, ante la estupefacción de los vecinos, y se llevaron ordenadores y abundante material informático. "Cuando entraron incluso se me pasó por la cabeza que podía haber una célula terrorista", comenta un vecino. Meses después vinieron las chicas y se llevaron el mobiliario que quedaba.