TGtafas, gorra y chupa de cuero. Está sentado, con el cuerpo inclinado y las manos agarrando el manillar de la moto. Es la foto de un joven a punto de tomar la salida hacia un viaje contra el viento. Brillante e inmaculada la máquina que lo ha de llevar por los caminos del mundo. Mirándolo envidias los mágicos momentos, minutos y horas que se dispone a vivir y las experiencias que le aguardan tras cada curva, mientras cabalga sobre la moderna montura. Pero no va a ocurrir nada de eso. Tampoco hay nada hay que envidiar. Es cierto que sobre la moto hay un hombre joven tocado con gorra, vestido de piel curtida y con gafas que ocultan sus ojos, pero no va a ir a ninguna parte. Está muerto y fue colocado así para el velatorio. Ha ocurrido en Sudamérica y lo he visto en Internet. Parece que unos años o unos meses antes (también está colgado el vídeo en la red) colocaron a otro joven muerto, de pie, en un rincón de la cocina de su casa porque le tenía apego a esa estancia. No me extraña. Es en la cocina donde siempre acaba toda la familia, tomando un vino mientras unos cocinan y otros quitan la cacharrería de en medio. No se ve, pero seguro que familiares y amigos del chico también beben al otro lado de la cámara.

No hay como dar ideas, y los padres del nuevo muerto tomaron ejemplo del anterior y decidieron montar a su hijo sobre lo que más quería en el mundo. Y allí estaban, en lo que parece la sala de un tanatorio, moto y motorista encuadrados por cuatro grandes velones.

Por si acaso ya advierto a mi familia que, llegado el caso, ni se les ocurra sentarme en el locutorio de la radio, ante el micrófono, los ojos cerrados tras las gafas, mientras brindan por mi salud definitivamente perdida. Yo quiero estar en un féretro, como casi todo el mundo.