No lo piensan todos, pero sí muchísimos. Los que se van, los que se quedan y los que intentan irse y no lo logran. En Senegal, la emigración de un miembro de la familia se percibe como el único camino posible hacia una vida digna en este país de 10 millones de habitantes, de los que tres ya viven en el extranjero.

Saint Louis, en el norte, es muchas ciudades en una. Una es la urbe colonial de l´Ile, bella en su degradación. La otra, la pesquera de Guet Ndar, donde nunca se vivió bien, pero que hoy se hunde en la desesperación porque el mar, sobreexplotado, no da más de sí.

Los Der son una de tantas familias golpeadas por la pobreza. Ousmane, que tiene 26 años y es el mayor de ocho hermanos, se lanzó al Atlántico en cayuco a finales de enero en busca de futuro. Tras los 40 días de retención de rigor en Canarias, fue puesto en libertad en Madrid y hoy se busca la vida vendiendo lo que puede en las calles de alguna ciudad española.

"La última vez que llamó estaba en Cádiz --explica Sokhna, su orgullosa madre--. Aún no ha podido mandar dinero, pero él sabe lo que tiene que hacer. Seguir luchando para mejorar su vida y sacar la familia adelante".

Los compañeros de Ousmane en la pesca llevaban tiempo preparando el viaje. "Un amigo le dijo: ´Dame lo que tengas, que yo te echaré una mano´", recuerda Sokhna.

Para una madre es muy duro que un hijo arriesgue el pellejo, pero ella aceptó con entereza lo inevitable: "Solo le dije: ´Ya eres un hombre y sabes lo que quieres. Yo rezaré por ti´. Sabíamos que era peligroso. Pero el destino está en manos de Dios, y cuando Dios decide llevarse a alguien, se lo lleva, esté en el mar o en su casa".

Así, Ousmane cogió el dinero largo tiempo ahorrado (400 euros) y se subió al cayuco. "Estamos muy contentos. Cuando Ousmane consiga mandar dinero, empezaremos a ser respetados. Aquí, si no trabajas para el Gobierno o tienes familia en Europa, no tienes nada. Todas las casas bonitas que ves por aquí son de gente que está en Europa. Cuando veas a alguien que vive como nosotros, es que nadie de su familia ha logrado ir", dice su tío Abdulaye.

Desde que murió el abuelo, que era funcionario, no hay ningún ingreso fijo en la casa. "Yo soy el mayor de la familia y tengo que quedarme. Los demás, si pueden, deben intentar irse. Aquí no hay nada que hacer", añade el tío.

Un 55% de los senegaleses no tienen trabajo. La mayoría nunca lo ha tenido. El éxodo rural ha convertido a Dakar en un monstruo, una caótica y empobrecida conurbación donde malvive gran parte de sus dos millones largos de habitantes.

En la playa de Rufisque, una ciudad pesquera más antigua que la capital senegalesa pero que ha acabado engullida por ella, la inocente pregunta de un periodista --"¿alguien de aquí va a irse a España?"-- cosecha un coro de voces y un mar de manos alzadas.

El destino del elegido

Hay quien ya lo intentó sin fortuna: "Ya estábamos cerca de El Aaiún, pero el oleaje era muy fuerte, no parábamos de achicar agua y los listones se levantaban. Hubo que dar la vuelta", explica Omar, un joven de 25 años que trabaja construyendo cayucos. "Más de uno de los que están en Canarias lo he hecho yo", dice.

En la vieja y pequeña embarcación, que reposa amarrada ante la playa, se apiñaban según su testimonio 77 personas. Tras volver derrotado por el mar el pasado martes, Omar no duda en afirmar que hará otro intento lo antes posible.

Ismael Fofana es de Costa de Marfil. Tampoco embarcó en Senegal ni en Mauritania, sino en el Sáhara Occidental. Pero España lo deportó a Mauritania, acabó tirado en la frontera de Rosso con Senegal y ha ido a parar a Dakar, acogido por compatriotas. Pese a todo, solo piensa en cumplir con su destino: "Soy la única esperanza de mi familia. Ellos me han elegido y yo he aceptado. No puedo regresar a casa".