Badajoz. Parada y fonda. Badajoz es la frontera. Badajoz medio respira. Badajoz, donde el Guadiana dobla. Badajoz se me ha convertido en un a modo de refugio por si todo falla. Elvas, de espaldas y tan de frente. En la mesa contigua hablan portugués,… y el camarero les responde en portugués. Es portugués. Lo son los tres, los dos comensales y el camarero. Me encanta comer solo,… y ver, y oír y callar.

Badajoz es ciudad, pequeñita, pero ciudad. Ciudad no tiene diminutivo. De ratón, ratoncito. Badajoz sería un ratoncito de ciudad. Ciudadela no vale. Apetito tampoco. Tampoco tiene diminutivo, quiero decir. ¿Y galaxia? Tampoco, la galaxita es un mineral y no se come (creo). Galaxia, el restaurante, tampoco. A esta galaxia se va a que te vean y a ser visto. Y, si se tercia, a ver. Sin diminutivos. Además, se come.

Los dos portugueses, además de portugués, hablan español sin acento alguno que les delate. Piden una de jamón y otra de lomo doblado. Yo no soy de pedir embutidos -ni quesos- en los restaurantes. No me cuadra. Es como pedir bocadillos en el Ritz. Puede que apetezca, pero no. Lo del bocadillo creo que está mal visto, y, sin embargo, lo otro está en todas las cartas. Es lo más socorrido. A mí medio me disgusta. A un restaurante se va a tomar el pulso de sus fogones, no de sus cuchillos. Dicho lo cual, diré que el lomo doblado de Galaxia es un non plus ultra. No lo venden lejos,… por si les apeteciera una lonchita antes de acostarse.

LA BARRA // La barra de Galaxia es un ir y venir de gentes (y gentas), sibaritos (y sibaritas). Algún bloguero de la capital dijo de ella que era la mejor barra de España. Ni plata, ni bronce,… oro. Los hay que echan aquí su peonadita diaria de muchas horas. Galaxia tiene dos comedores; uno, más clásico, dentro, para aquellos que no desean ser re-vistos (pongamos, por caso, los que tiran de tarjeta ajena). Y un espacio contiguo a la barra, donde comemos los que vamos a lo que vamos. A comer y a ver. Lo normal es huir de este tipo de comedores, aquí es parte de la gracia.

Mientras los portugueses se zampan el lomo, yo, que cuando no hay lomo de todo como, doy cuenta de una tapita de solomillo de atún sobre piquillos. Luego, como soy un rendido admirador de la merluza, me tomo media ración de sevillana. La merluza, plato excelso de mi niñez, últimamente se ha convertido en santo y seña de dietas y enfermos. Yo comería merluza a todas horas. En Galaxia, por ejemplo. A la sevillana, así, a la antigua, rebozada, como Dios manda. En Galaxia no andan en enredos ni en conjeturas. La calidad es la bandera. ¿El precio? El precio no hace sospechar de la calidad que se sirve. ¿Se puede pedir más?

Y como todo no va a ser merluza, de segundo, vaca. O casi. Un entrecôte al que la sangre le corría por el escote. Quizá demasiado para un pajarito como yo. Bien. Una copita de Carmelo Rodero, también bien. Mejor dos, dos copitas.

La mesa buena, tomen nota, es la que se asoma al ojo de buey de la calle. Justo frente al Corte Inglés. Parada obligatoria de muchos forasteros. Badajoz es una ciudad, pequeñita pero matona, con su Faro, su Corte Inglés y su Galaxia. La mesa perfecta para poder ver quién pide la de percebes. La mesa perfecta, un ojo vigilando la barra y el otro el comedor interior, por si aparecieran los políticos.

Y el de pecho: media de tiramisú y media de brazo de naranja. La copa es gentileza de la casa. Pido brandy y me obsequien con Carlos I. Y soy feliz. Fuera, me fumo un Romeo y Julieta Edición Especial del 2013. Es difícil no pegar la hebra con alguien. Las cinco de la tarde, y algunos siguen de cañas.