Si no me fallan mis lecturas, occidente es el único sitio del planeta donde ha cuajado la literatura utópica, esa en la que a un escritor le da por imaginar tierras inexistentes y modos inéditos de gobierno con los que conducir a la raza humana hacia su anhelo eterno de paz y concordia. Por soñar que no quede, pero lo cierto es que la mayoría de esos mundos ficticios eran verdaderos campos de trabajo inspirados en Esparta o en una Israel idealizada. Infiernos dictatoriales. Si algo hemos aprendido en los casi treinta siglos que van de Platón , padre del género, hasta George Orwell , es que el ansia de perfección social conduce a la tiranía.

Tantas guerras, tanta sangre, tantas revoluciones han hecho de Occidente un mundo imperfecto, y eso es lo que nos salva. Impera la duda, la mezcolanza, el hedonismo. Lo cual, lejos de ser una carga, es nuestro más genuino valor. Nos lo hemos ganado a pulso. Somos enanos a hombros de los gigantes que nos precedieron. Por eso da vergüenza escuchar a nuestros dirigentes decir que "contemplan la posibilidad de imponer duras sanciones económicas" a Libia. Esperábamos algo más. Necesitamos algo más. La ONU ha de ser más que una enorme oficina donde colocar a traductores. O se convierte en los ojos y en los brazos de un gigante que nos libere de los tiranos o morirá de puro tedio. Para qué diablos queremos un monstruo que se asusta de los ratones. Lo que pone de manifiesto esta actitud es que también en Occidente vivimos bajo el velado yugo de una tiranía: el capitalismo. Una Libia corrupta, como un Egipto o un Irán o un Marruecos, en manos de un sátrapa resultan más rentables que en manos de una democracia. Pero puede que eso esté acabando. Algo se mueve. La utopía está en marcha.