TEtl descerebrado (aquí no es insulto, es descripción) que me está atendiendo me mira como a un ser de otra galaxia. Antes me ha corregido cuando le he pedido en español un juego, es que si me lo dices así no lo entiendo, yo sólo me lo sé en inglés, tía, y me lo pronuncia con el chicle en la boca, en un idioma incomprensible. Aguanto porque mis sobrinos están detrás de mí y de ese videojuego desde hace un mes, y también porque estoy educada a la antigua y siempre pienso que a la mala educación hay que responder con buena, al menos, durante 5 minutos.

El ser superior se ha dignado atendernos después de hacernos esperar media hora. Me saca con gran parsimonia el juego, y empieza a envolvérmelo. De pronto, me entran las dudas y cometo el increíble error de preguntarle para qué edad es o si es muy violento. Ahora sí que me mira como a un insecto. Que no tiene ni idea, y que violento, lo que se dice violento no es, que se cortan cabezas y otros miembros, pero que no hay violaciones ni nada. Y me concede el inmenso favor de mostrarme algunas imágenes. En efecto, hay sangre, vísceras, amputaciones. Lo que viene siendo la vida misma, me dice.

Y una, que nunca ha sido mala persona, sólo puede desear que los que inventan esos juegos para menores de 16 vivan algo parecido al cuento de Navidad de Dickens , sólo que en Irak, por ejemplo. Que vean morir y matar en directo, que sientan la guerra, el dolor por un ser querido, el olor indescriptible de la carne quemada. A lo que juega de verdad mucha gente, sólo que sin continuación después del game over.

Lo que viene siendo la vida misma.