TEtn 1999, la ONU declaró el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, mostrando así su preocupación por el hecho de que la violencia constituya una manifestación de las relaciones de poder y de dominación del hombre sobre la mujer.

Violencia de género, violencia contra la mujer, violencia machista, violencia doméstica, cualquiera de estas expresiones lleva implícito el poder como una característica inherente a la masculinidad de los hombres. Y el uso de este poder, aprendido desde la infancia, es el primer paso al uso de la fuerza como garante de su conservación.

Hoy en día, en que el trabajo de las mujeres es una fuente imprescindible para la economía doméstica, se sigue considerando al hombre como motor económico de la familia, mientras que a las mujeres se nos reconoce, casi exclusivamente, el rol de la procreación y de la educación de los hijos. Y este error, germen de la violencia contra las mujeres, sigue invadiendo nuestra vida cotidiana, familiar, y laboral. Chistes, publicidad, conversaciones cotidianas, abusos laborales... Numerosas instituciones han impulsado propuestas de pactos ciudadanos con el objetivo de conseguir un rechazo social a la violencia de género. Pero sólo educando a nuestros hijos en el respeto y la protección de los derechos de la mujer, y en el rechazo de las situaciones de discriminación, podremos alcanzar un futuro más igualitario, más feliz, y menos violento, donde no tengamos que contar el número de víctimas mortales de esta lacra que nos atenaza.