Alejandro Talavante vivió ayer uno de los reveses más duros de su carrera al estrellarse de bruces con una muy deslucida corrida de Victorino Martín, imposible para el triunfo, por eso, visiblemente abatido por la frustrante adversidad, abandonó la plaza sin hacer declaraciones.

Algo lógico, teniendo en cuenta cómo le despidió cierto sector del público, que, lejos de ser comprensivo con el torero, que no tuvo culpa de que los toros no embistieran ni transmitieran siquiera el peligro sordo que si desarrollaron algunos de los astados, le dedicaron todo tipo de insultos e improperios hacia su persona, además de lanzarle unas almohadillas.

La gente es la que paga, sí, pero el torero es el que se juega la vida para su disfrute en una plaza de toros, por eso no parece de recibo tan desmesurada despedida con un hombre que había depositado todas sus esperanzas en una tarde en la que ofreció su vida al servicio del espectáculo en la plaza y feria de más tronío del mundo.

Por eso es comprensible que Talavante no quisiera hablar. Decepción, frustración y el orgullo herido son causas más que suficientes para respetar su silencio, y si ya le sumamos la notable ingratitud de parte de cierto sector la plaza, más entendible si cabe.

Solamente pueden destacarse unas breves declaraciones en el micrófono del periodista David Casas, de Canal Plus Toros, en las que Talavante confesó que la tarde había sido "muy dura" y que, aunque anímicamente "no es un fracaso", sentía una gran frustración porque este era "la ilusión" de su "vida".

Tampoco se dejaron ver al término de la corrida los ganaderos Victorino Martín, padre e hijo, quienes también podrían haber hecho algún análisis o una valoración sobre el petardo de corrida que trajeron a Madrid. Silencio sepulcral, por tanto, por parte de los dos actores fundamentales de la corrida de ayer en Las Ventas.