Los Sanfermines del 2007 pasarán a la historia por el buen ambiente y la falta de grandes incidentes. Los pequeños son inevitables, y van desde la organización puntual de un congreso solapado de carteristas al inevitable atasco de las atenciones por intoxicación etílica en una dependencia apodada la coctelera. Si acaso, la novedad ha estado en la retransmisión de los encierros, por primera vez en dos cadenas. Precisamente, los encierros ha procurado un sinnúmero de bonitas carreras en las astas, a pesar de la masificación, que en los días punta se cifra en unas 4.000 personas. No más de 300 huelen al toro; el resto es pura filfa, más pánico que miedo.

Quienes no ofrecieron dudas de sus valientes intenciones fueron los hermanos estadounidenses Lawrence y Michael Lanahan, que fueron corneados el día 12 por el mismo toro de forma simultánea. No se conoce circunstancia similar en la historia de los encierros, aunque puede decirse que el 12 es un día gafe. Cuatro encierros en esa fecha (1988, 1994, 2004 y 2007) suman 27 corneados. Pero, como pasa con los toreros, las imágenes truculentas se dulcifican en 48 horas y, salvo 14 excepciones mortales, lo que ayer apuntaba a drama hoy se viste de sonrisa convaleciente entre sábanas de la Seguridad Social.

Orgullo inexplicable

Ahora, como dicen estos hermanos llegados a la vera de los domecq por la vía literaria de Hemingway, queda lo mejor, narrar la aventura, y, posiblemente, conseguir que aumente en el 2008 la nómina de yanquis afincados en la Estafeta. Es curioso, pero la mayor parte de los heridos por asta expresa a toro pasado un orgullo inexplicable. "Sentí como si te atravesaran con un gancho de carnicería y te levantasen en el aire", confesó Julen Madina. A este corredor un jandilla de 540 kilos le corneó hasta cinco veces en el 2004. A pesar de todo, sigue en la brecha. No siempre es así. A algunos les bastó una puntada o un pisotón para desertar.

Pero San Fermín es también la Feria del Toro, en segundo plano para los mozos de la solanera con gran disgusto de la cátedra taurina, que vive en sombra. Y San Fermín es, cómo no, la fiesta en la calle: esa es una de sus cartas de presentación y, junto a los encierros, su mejor credencial. Algunos comparan el ambiente con el espíritu de la Navidad, que brota durante unos días y hace que la gente esté más amable.

Estampas chispeantes

Al amparo de la juerga ininterrumpida, los Sanfermines inventan estampas chispeantes que hacen de la calle un teatro. La ciudad pierde su pátina gris y se desmadra, y hasta la grúa municipal se suma a la fiesta y tolera que los coches muerdan los pasos de cebra. Es la bula de ocho días que tardarán un año en volver, para tristeza sincera de los miles que entonaron anoche el Pobre de mí en la plaza del Ayuntamiento y para fortuna de otros, que los hay, huidos desde el día 6.

Y si la mutación de una capital tranquila es incomprensible al inicio de los Sanfermines, otro tanto sucede hoy, domingo, un pésimo día para cortar la hemorragia blanquirroja. Esta mañana, un grupo de entusiastas, algo perjudicados, por la noche, habrá corrido el noveno encierro, en esta ocasión delante del primer coche que suba por la cuesta de Santo Domingo. Será el último intento de detener un reloj que ya señala la hora de la resaca. Siempre quedará la Navidad.