TStiendo muy niño, aprendí que Extremadura era distinta. Cuando mi padre me llevaba a Asturias a ver a mis abuelos, notaba cómo la distribución de la población era muy diferente según la región de España por donde se viajase. Desde Cáceres hasta Plasencia, durante 85 kilómetros, sólo cruzabas el núcleo de casas de campo de La Perala, el pueblo de Cañaveral y la aldea de Grimaldo. En el antiguo reino de León, los pueblos ya se distanciaban menos: unos diez o quince kilómetros. Pero era al traspasar Pajares y entrar en Asturias cuando la dispersión de la población llamaba la atención: una aldea aquí, una parroquia allá, cuatro casitas acullá...

En aquellos viajes, estaba deseando llegar a Asturias para entretenerme: me gustaba que no hubiera separación entre los pueblos, me divertía que Mieres o Pola de Lena fueran muy extensas y que en Oviedo, en los 15 kilómetros que separaban la capital de su ciudad pedánea de Trubia, todo fueran casas. Cuando me hice mayor, comprendí que aquella dispersión geográfica de la población asturiana era un engorro para los ayuntamientos, que debían multiplicar sus gastos y sus servicios. Extremadura, en cambio, se administraba muy bien porque la población se agrupaba en núcleos compactos. Ahora, sin embargo, parece como si se quisiera romper la estructura demográfica regional y se pretendiera rodear nuestras ciudades de diversas Trubias llamadas El Muelo o Colmenarejo y, la verdad, no acabo de entender las ventajas, a menos que se pretenda hacer más entretenido el viaje entre Cáceres y Trujillo.