En el colegio tenía ataques convulsivos de pereza que no llegaron a tener fatales consecuencias. Me decían que me había salvado porque vivía de las rentas, pero yo no lograba entender la expresión, quizá porque nunca había visto a nadie en mi familia con ese medio de subsistencia. No tardé en conocer, de lejos y por referencias, qué era eso de vivir de rentas, la envidiada vida de quienes no necesitan trabajar y sólo tienen que mover los hilos para seguir ganando el pan y todo tipo de viandas y bienes. Cuando tu negocio te permite que la existencia sea sólo ocio, entonces se modifican los puntos de vista de una manera sustancial. El banquero Botín decía esta semana que no había que poner impuestos a la banca porque perjudicarían la economía. No especificaba la economía de quién, pero sospecho que se refería a la suya. En cambio, la bajada de sueldos y el abaratamiento del despido sí que son buenos para la economía (tampoco especifican la de quién). Lo que más me admira de quienes viven de rentas es su capacidad para defender sus derechos, sin fisuras ni salidas de pata de banco. No hay ninguno que esté a favor de las subidas de impuestos, ni uno solo que abogue por crear más servicios sociales, ni siquiera un despistado que apueste por incrementar los salarios de esos desgraciados que tienen que trabajar duro para vivir. Siempre saben cuál es la opción que más les conviene y cuál es la manera de favorecer sus intereses desde los gobiernos. En cambio, los que vivimos de un sueldo somos capaces de defender al que nos quita el pan de la boca. Pero eso lo dejaré para el lunes que viene.