Tener un volcán en ciernes a apenas dos kilómetros de las casas y una mancha sulfurosa que penetra en el puerto han sido motivos más que suficientes para que la mayoría de los vecinos del pueblo de La Restinga, en el sur de la isla de El Hierro, hayan renunciado a regresar de forma permanente, tal como les ofrecen las autoridades. Eloísa Padrón, sentada en un banco de El Pinar, lo tiene claro: "Estoy sola y, la verdad, me da miedo tener que bajar para luego tener que salir corriendo. Quiero ir a buscar ropa, pero no me quedaré". A su lado, Mari Carmen González, añade: "Volverán solo los que no tienen otra casa y no les queda más remedio". En El Pinar se han refugiado la mayoría de los 550 desalojados. Está a unos 15 kilómetros por una carretera serpenteante que recorre hermosos paisajes volcánicos.

El domingo el presidente canario, Paulino Rivero, anunció que los habitantes de La Restinga iban a poder regresar a sus viviendas en un plazo de 24 horas, pero finalmente el visto bueno se retrasó hasta hoy. La contraorden se tomó porque anoche debía reunirse el comité científico que evalúa el estado de la crisis y no iba a dar tiempo, dijo Rivero, a montar el operativo.

La situación en el fondo marino "sigue su curso", como reiteran crípticamente los científicos, aunque lo cierto es que ayer pudo observarse una novedad: en lugar de pequeñas explosiones aisladas en la superficie del mar, fruto de bolas de magma que ascienden y liberan los gases, se apreciaba una especie de círculo muy definido con el agua revuelta. Ocupaba al menos 400 metros cuadrados. "La actividad aumenta. Se acerca el momento", explicaba con semblante preocupado Severo, un pescador jubilado. Sin embargo, no se observaba la más mínima chimenea de vapor.

¿Hay peligro o no?

Muchos de los vecinos que fueron desalojados a toda prisa el pasado martes, cuando empezó a detectarse la mancha, no entienden que se les permita regresar cuando la actividad volcánica parece imparable: antes había solo una grieta en el fondo del mar por la que se escapaban gases, mientras que ahora hay una boca de un metro de diámetro, según estimaciones del equipo científico, por la que mana lava y supuestamente está formando en cono.

Pese a las prohibiciones, la Guardia Civil permitió ayer que todos los vecinos que lo quisieran accedieran a La Restiga durante 30 minutos para recoger enseres personales o comprobar el estado de sus viviendas, "aunque en el fondo son solo 10 minutos porque tienes que ir y volver", explicó Tino, otro pescador en paro forzoso. En la cola formada ante el puesto de control, aguardaban a media mañana unos 20 coches, pero solo uno de sus ocupantes afirmó sin dudarlo que pensaba quedarse a dormir cuando se le permitiera entrar. Natalie, de nacionalidad austriaca, era tajante: "Allí están mi casa y mi supermercado. No tengo el más mínimo miedo de quedarme sola en el pueblo. Y si hay que volver a evacuar, pues ya tenemos experiencia", añadió. En opinión de Natalie, el verdadero problema es que las aguas cristalinas que han dado fama a La Restinga tarden en recuperarse. "Del mar vivimos todos --explica--: las escuelas de buceo, los restaurantes, los hoteles, los supermercados..."

También ha tenido mala surte Carlos Santana, llegado desde Gran Canaria junto a su mujer y unos amigos, que confiesa que en primavera se compró un apartamento en La Restinga. "Me lo tomo con filosofía. Espero que esto acabe rápido y no tenga consecuencias". Lo mismo opina Bernardo Rodríguez: "Yo no tengo miedo porque viví en Venezuela y conocí terremotos mucho peores, pero es un desastre. Yo no bajaré".

Al mejorar el estado de la mar, el barco oceanográfico Profesor Lozano pudo trabajar durante horas tomando muestras de agua. Visto desde lejos, parecía un dardo en una inmensa diana de azufre.