Siempre hay un antes. Esta semana se cumplen 50 años de Stonewall. Hoy las primeras planas rescatan aquel suceso de junio del 1969 en el que mujeres trans y racializadas, cansadas de la opresión y el rechazo, salieron a la calle para reclamar derechos negados. La revuelta fue respondida con brutalidad policial pero la memoria la honra con justicia. El imaginario ubica este hecho como la zona cero de la lucha por los derechos LGBTI, como el germen del Orgullo, pero siempre hay un antes. Tres años antes en concreto. En 1966 enmarca Susan Stryker la primera revuelta trans de todas y la recupera en el documental Screaming Queens. Ocurrió en la cafetería Compton’s. Un policía molestó a una drag queen y el local literalmente explotó de rabia. La calle también. «Estábamos hartas, queríamos nuestros derechos», recuerda Amanda St. James, que presenció los hechos. Lo cierto es que para que hubiera Compton’s y Stonewall tuvo que haber muchos antes. La historia no se explica sin ellos. No se puede hablar del ahora ni del después. Ni del primer Orgullo de los setenta ni del de 2019.

Laura Corbacho (Cáceres, 1998) tiene esos antes bien presentes. Ella misma está construyendo uno pero no se olvida de los anteriores. Habla por ella y a la vez es la voz de todas. Es mujer trans. Cuando habla rompe tópicos y calla bocas. Arrolla con un discurso tan locuaz como impropio para sus veinte años aunque lo que debería ser impropio es que a su edad haya tenido que enfrentar tantos monstruos. Es actriz. Y de letras grandes. Trabaja con Los Javis, los directores de moda, en Paquita Salas, la serie de moda. Estará en las pantallas de medio país esta semana aunque le resta importancia al logro con el que cualquier millenial sueña y pega otro sorbo al café con Baileys que no sabe a Baileys. No puede negar que es generación Z de los pies a la cabeza aunque podría haber escapado de la mismísima Ballroom culture ochentera que recupera la serie Pose. A los 12 años lo tuvo claro. «Me maquillaba para ir a clase con una amiga». La ropa, de su madre. Relata, con gracia, las riñas que acumuló esos años por acicalar también el uniforme del colegio. «Me dejaba llevar». «Como siempre».

A la interpretación quiso dedicarse cuando se enteró de que las protagonistas de H20 no eran sirenas reales y ella quería ser sirena. Es un ejemplo de que ser joven no es incompatible con tener las ideas claras. Agua cristalina, en su caso. Es partidaria de una gran revolución pero sabe que no es posible. Lo que no sabe es que ella ya la hace cada día que sale de su casa y se enfrenta a la vida, una que aún le niega derechos que son suyos. Es tajante en su discurso y no tiene miedo a las represalias. Bastantes ha tenido ya. Es crítica con las etiquetas. «Son una mierda». Las detesta aunque cree que son necesarias porque «lo que no se nombra no existe». Es crítica también con el concepto de la normalización que defiende el colectivo, sostiene que es otra forma de opresión. «Normalizar significa entrar en una norma, adaptarse a algo, nosotros no somos normales ni queremos serlo». Entiende, no obstante, a quienes buscan esa normalidad porque el juicio social continuo es agotador. «Estar ahí supone dejar de sufrir». Aunque ella lo tiene claro. «El sufrimiento nunca acaba». En este tiempo se ha construido una coraza para defenderse aunque las secuelas siguen ahí. Es difícil recuperarse de la presión y las agresiones, las continuas, las verbales, las que sufre cuando se expone a la mirada pública, bien por ser muy femenina o bien por ser transexual, y a las físicas. En la última le tiraron piedras. Confiesa aquí intentos de suicidio y lamenta la desprotección del colectivo en ese aspecto. «Son asesinatos sociales». Cabe recordar que Cáceres acumula el grueso de agresiones tránsfobas en Extremadura.

Su defensa es ella misma. Hoy viaja a Madrid a celebrar en una carroza el Orgullo, el suyo y el de todas. Lo hará como drag queen, su otra defensa. «Cuando voy de drag nunca me hago chiquitita». Es su bandera. Este último año, en el que se le han abierto las puertas de la pequeña --gran-- pantalla, ha vivido a caballo entre su casa, Cáceres, donde termina sus estudios, y Madrid para ser la actriz 360º que buscaba PS Management y rodar Terror y Feria y Looser con Soy una pringada y Jedet. Con ese currículum aspira a volar a la gran capital en un tiempo. Pero para eso queda aún. De momento, seguirá construyendo antes para que los después sean más libres y diversos.