Somos la generación de la Wikipedia. Es la biblia moderna del conocimiento, el sumun virtual para los amantes de las mentes. Que no encuentras algo, basta con googlearlo y voilà. ¿Cuánta población tiene Kuala Lumpur? Ahí está. ¿El primer presidente de Etiopía? Velaí. Mientras, esos tomos de enciclopedias hacen contrapeso en las estanterías. Adiós al Larousse y a la Encarta. Su momento de gloria ya pasó. Es así. Tiene su gracia porque ahora los detractores de estas líneas dirán que los contenidos los generan los propios internautas y que eso no tiene fiabilidad alguna. Que no es fuente. Que las fuentes son otras. Que los datos son inexactos, incorrectos y que se pueden alterar. Y que si apuramos hasta durante unas horas puedes figurar como presidenta de Etiopía. Ese debate lo reservamos para otra contra. Aquí que tire la primera piedra quién no haya consultado la Wikipedia y haya dado con el dato. Aunque la niegues tres veces, ahí sigue. Está en todas partes. Como un dios omnipresente del saber. En inglés, en francés y en alemán. Si hasta está traducida al estremeñu. Lo que faltaba. La Güikipeya se llama. «Es la vession dela ciclopedia libri». Menuda paradoja para una lengua que aún sobrevive en pequeñas zonas rurales pero que bien por olvido o bien por descuido lleva décadas abocada a la desaparición. Menos mal que siempre hay alguno que no se resigna. Daniel Gordo (Alemania, 1976) es uno de ellos. Pertenece a la Oscec, el organu de siguimientu i cordinación del Estremeñu i la su coltura, una asociación que nació en 2011 para recuperar un legado para la Extremadura que aún se avergüenza. Su cometido es luchar contra la indiferencia, la mayor de las culpas.

Daniel tuvo la suerte -por decir algo-- de recorrer mundo antes de nacer. Es hijo de emigrantes. Su madre, gallega, y su padre, extremeño, se enamoraron en Alemania. Y allí nació él. Con los años regresó a España y tras la crisis se refugió en Montánchez, el pueblo de los veranos. «Cuando iba a Galicia, me decían que hablaban gallego y cuando venía a Extremadura, me decían que hablaban mal». Le impactó tanto ese «mal» que decidió rebuscar en el pasado. Para que digan que la juventud no tiene memoria. Primero investigó por su cuenta como un aficionado. Más tarde y gracias a la virtudes de internet, conoció a quién tenía que conocer y descubrió que no era el único con la misma inquietud. Así se enroló en una Oscec recién nacida y que ahora aglutina a más de sesenta inquietos, la mayoría lingüistas, que trabajan para recuperar la herencia de escritores que firman en la lengua de Gabriel y Galán y Chamizo. Hasta han editado un diccionario con palabras extremeñas y un volumen con gramática en castúo. Ofrecen charlas, la próxima será en Cáceres la semana que viene.

Daniel es uno de los artífices de la Güiquipeya, que de momento alberga unos pocos artículos pero toma forma con el tiempo. «Va lenta, es complicado compaginarlo con las charlas». Muchos de los que componen los textos son alumnos de los talleres, la mayoría jóvenes de 20 o 25. «Nosotros pensábamos que venían las charlas a reírse y no es así, se interesan por la lengua de sus abuelos». Es cuanto menos curioso cuando la edad media de los hablantes supera los 60 años y apenas quedan unos miles. De hecho, la ONU la incluye en la lista negra de lenguas que corren peligro de desaparecer. Otra paradoja. La reconocen las Naciones Unidas y en un foro que se celebró en Holanda en 2018 expertos respaldaron que el estremeñu es una lengua pero el estatuto de autonomía sigue sin hacerlo de forma oficial. El artículo 9 hace una mención, eso sí, pero de pasada. «Siempre se ha considerado un símbolo de atraso, de incultura». Con los años parece que las nuevas generaciones como la de Daniel rompen este estigma. Mientras, sostiene en sus manos dos libros, uno de Juan García García, el poeta cartero, y otro, una versión de El Principito en asturleonés, la rama de la que desciende el habla extremeña. «También lo hay en estremeñu pero se ha agotado». El prencipinu es una reliquia codiciada. Piensan reeditarlo pero ahí queda de momento. En el pensamiento. Porque el cambio que buscan camina despacio. Y a veces sin atisbo de obtener el reconocimiento que merece. A ellos les basta con mantenerlo vivo para que al menos sus hijos puedan buscarlo en la Wikipedia.