TLto verdaderamente multiétnico del Womad no se ve en la plaza sino en Cánovas y sus alrededores. Ya está bien de escuchar los tópicos de todos los años: lo de multicultural, multiétnico, etcétera, pronunciados normalmente por quien no tiene intención de conocer otros lugares (como en casa en ningún sitio) o busca comida de su tierra en cuanto llega a otro país. Sin tener en cuenta a los que hacen botellón con independencia del motivo (o sea, saltarían al compás del canto gregoriano y beberían a la salud del Réquiem de Mozart ), el resto de la gente sabe que el festival es un canto al mundo y sus diferencias que nos permite conocer otro tipo de música, otros sabores, otros olores, o escuchar palabras nuevas de idiomas que ni imaginamos. Todo ello en la plaza y la parte antigua. O sea, el mundo dentro de unos límites. Quien baja hasta el festival sabe lo que va a encontrarse, y contempla lo que tiene delante con los ojos abiertos de quien ha venido a ver y mirarlo todo, empapándose de la diferencia. Por eso lo interesante es observar el choque entre los que no tienen la intención de conocer otros mundos y de pronto se los encuentran mientras pasean tranquilamente por los jardines de Cánovas. De Cáceres de toda la vida frente a toda la vida por delante. Rastas, pañuelos, piercings y tatuajes invaden la ciudad. Y salvo algún comentario en voz baja o una mirada atravesada, la mezcla funciona. Eso sí que es multiculturalismo, música del mundo, y elementos étnicos. En otras ciudades, al Womad se va a escuchar música, en Cáceres, además, el Womad consiste en mirar y ser mirado, sobre todo de Pintores para arriba.