El lunes 15 de enero, dos días después de que encontraran muerto a Miguel Grima, Fago estaba desierto: puertas atrancadas, estrechas calles vacías y la plaza tomada por la prensa. A las cinco de la tarde se entreabrió la puerta de Antoniales, la única casa rural de Fago aparte de la del alcalde asesinado. Casa restaurada, teja plana, balconada exterior, hiedra, toda en madera y piedra, con tres habitaciones y muchos libros.

La puerta está adornada con dos patas de rebeco. Desde su interior oscuro, una cara nos ofreció pasar. Se trataba de Santiago Mainar Sauras, uno de los pocos ganaderos de Fago que quedan en activo, jefe de su guarderío forestal y opositor político de Miguel Grima en las municipales.

Se acordaba de nosotros porque, 18 meses antes, durante otro reportaje, ya nos había explicado la presión que sufría debido a las leyes de su alcalde. Ahora era consciente de que las sospechas recaerían en Fago: "Toda la gente involucrada está aquí. No es lío político. Que sea lo que Dios quiera. Y si dicen que soy yo, amén. Somos todos gente mayor". Sin embargo, afirmaba que, aún habiendo sido él mismo objetivo reiterado de la inquina municipal, eran gente "hecha para amar, no para odiar".