TCtuando vivía en en el Norte, procuraba viajar a Extremadura por Portugal. No es que las carreteras lusas fueran mejores, es que olía antes a humo. En los días quietos de niebla y silencio, el humo de leña de encina empapaba el ambiente al pasar Coimbra y parecía que llegabas antes a casa. Hay una cultura del humo a ambos lados de la Raya que une Extremadura, la Beira Baixa y el Alentejo por encima de la historia, la guerra y los desencuentros. Madrid y Lisboa han estado muy lejos durante siglos, pero el humo de encina cruzaba las fronteras y ensamblaba los pueblos en invierno. Humo que en el Alentejo cura farinheiras , paios , chouri§os y presuntos . Humo de otoño que hace exclamar a las muchachas de Arroyo: "Mira, ya huele a matanza".

Ya huele a humo en Extremadura y dan ganas de meterse más en casa con los dulces y el cacao. Huele a humo y el cuerpo te pide faldilla y brasero, cocidos y castañas. En los pueblos blancos, sobre las tejas, un vaho más caprichoso aún que los jirones de niebla se mece y desdibuja, se espesa y se diluye, juega, sube, baja, "se enturbia y desaparece", como el camino de Machado, como la existencia, como la sonrisa, el escepticismo y la tristeza. Ya huele a humo y el alma se nota estática, tejiendo melancolías y repitiéndose, otoño tras otoño, como esa rama de encina que siempre brota y siempre te regala la leña de octubre y el aroma de infancia. Ya huele a humo en La Codosera y en los hornos de Esperan§a han retornado al trabajo los viejos piconeros. Ya huele a humo y la Raya está más quieta.