En la gasolinera de Mirat uno de sus empleados carga el depósito de un Toyota Auris. Lo hace de forma mecánica, como un robot. Hoy ha llenado más de 200. «No he visto nunca algo parecido», asegura mientras con una sonrisa de resignación mira una larga cola que espera el turno en el surtidor. En la caja, la dependienta, como todos los días, pregunta: «¿Tiene la Travel?» Y suspira. «Esto es una pasada», acierta a decir al tiempo que da el cambio a las decenas de clientes a los que debe atender.

El paisaje de la ciudad es igual al del resto de la región: calles vacías, bares cerrados, chinos con carteles que informan de que se han ido de vacaciones. El Don Pancho, en la plaza de Colón, ha bajado la persiana, igual que María, la de Todolibros. «El coronavirus ya no nos deja ni leer», lamenta Jacinta, vecina del barrio.

En la puerta de Extreibéricos, en Primo de Rivera, una señora espera el autobús. Va con mascarilla. «Conozco a todos los periodistas del Extremadura. Los leo a diario. Yo soy de Donostia. ¿Sabe dónde está Donostia?». Tras asentir con la cabeza continúa hablando de su experiencia: «Prefiero no aparecer, ni mi foto, ni mi nombre. Mi marido está en el Hospital Universitario. Padece del corazón. Espero que cuando pase todo esto os pueda seguir leyendo, como si hubiera sido una pequeña pesadilla». El bus llega. Nos dice adiós.

Carlos y Beatriz han querido airearse y se han ido al Risco de Sierra de Fuentes. Ha sido una mañana preciosa, donde los niños, Carlota, Elsa y Dudu, han hecho deporte y senderismo. Por la tarde han preparado galletas de chocolate y tarta de huesitos. Su cocina era una fiesta.

Bulos...

Adela solo ha salido para comprar pilas. «Hay que tenerlas porque he oído que pueden cortar la luz. Supongo que será un bulo, pero prefiero tener reservas». Ella lleva confinada en casa una semana y tiene sus necesidades cubiertas. Su vecina, Gracia Valdés, ha salido muy temprano al supermercado de la calle Arturo Aranguren creyendo que no habría gente. Cuando ha llegado se ha sorprendido, porque muchos clientes habían pensado lo mismo que ella. En la cola ha tenido que dar el aviso para que unos se distanciaran de otros pues aquello parecía un avispero. «Pensaba que el aislamiento iba a ser aún mayor», argumenta extrañada. Vive en Cánovas, y a las seis de la mañana la despertó un grupo que venía de hacer botellón. «Iban cantando. El mundo sigue».

Entretanto, el alcalde, Luis Salaya, firma en su despacho la resolución por la que decreta el cierre de las terrazas. Es una medida que se une a todas las que el gobierno municipal ha dictado esta semana. La decisión del regidor se une a la de la Cofradía de la Montaña, que suprime los cultos de la patrona. Los de Cs lanzan un comunicado proponiendo habilitar el Hospital Virgen de la Montaña para posibles casos de coronavirus. Llegan tarde, la petición lleva varios días regando las redes sociales, pero la política es así de oportunista.

El sentido de la responsabilidad crece y hay un llamamiento masivo a no salir del domicilio. Se hace a través del hastag #Yomequedoencasa, y de un video viral que han protagonizado Luis Tobajas, médico de familia en Membrío, y la enfermera Julia García. «La situación ha cambiado en 48 horas. En nuestras consultas empezamos a tener pacientes que vienen de Madrid y el País Vasco. Debemos extremar la precaución y ser conscientes que la responsabilidad no es solo de las autoridades sanitarias, sino de nosotros mismos, manteniendo un aislamiento domiciliario. Está surtiendo efecto: mi hijo pequeño, de 5 años, le dijo ayer a sus hermanos mayores, que tienen 12: ‘No podéis bajar al cumpleaños por el coronavirus’. Esa es la lección».

Son las nueve de la mañana y en Mostazo, 32 personas aguardan la apertura. Esto en la charcutería, pero ocurre lo mismo en la mayor parte de las tiendas de alimentación de la capital. En tropel, los carros se llenan de natillas, harina y azúcar. Del papel higiénico, ni rastro. En el Día de Hernández Pacheco, ante una lista interminable de cestas, Raquel exclama con su habitual sentido del humor: «¡Vais a morir, pero no del coronavirus sino de una subida de colesterol!».