Nunca he errado en la estrategia".

Alejandro Magno no contaba con el río Hidaspes. No contaba con que sus tropas (jamás ningún general pudo vencer a un ejército sin la lealtad y la valentía de sus soldados), agotadas después de casi una década de campañas, se negaran a avanzar ya más. No contaba con las nueve heridas que le matarían (o no) y con que, tarde o temprano, todo imperio perece.

"No queda en mi piel espacio para otra cicatriz".

Si una obra es buena o no, te lo dicen las tripas. Cuando solo ves trocitos, que es lo que hacemos los periodistas en el ensayo general (el día en que escribo esto es el mismo día que se estrena la obra: por eso esto no es una crítica), también señalan si es posible que te guste o no. Se comprueban algunas cosas: si un actor se viene arriba en una arenga y se transforma en un histérico; si la serenidad es impostada; si la testosterona (estamos hablando de generales, al fin) se come todo lo demás; si el personaje engulle a quien lo encarna; si las piedras del teatro te sepultan. Hemos visto todo eso muchas veces. Aquí, este día, no. Lo bueno del teatro es que es una obra de arte en el tiempo y va mutando conforme pasan los segundos.

Esta obra le valió a Jean Racine la enemistad de Molière de por vida. Creó un drama basado en la contraposición del héroe antiguo y el héroe nuevo. Cuando Alejandro Magno llega a la India, se encuentra con un rival a su altura, al que reconoce como un igual y al que luego legará, como sátrapa, no solo sus propias tierras sino otros territorios. Se llama Poros y Poros lo ve como lo que estaba llegando a ser: La paz del tirano es humillación, corrupción y vergüenza. Esa es la única paz que conoce Alejandro. Pero el emperador, que se estaba transformando en un tirano, se enamora.

Este tío amó mucho

Amó a Hefestión, "probablemente la relación más verdadera de su vida", ha dicho de ellos Robin Lane Fox (su estudio de Alejandro Magno es un clásico ya). Honraron, ambos, a Aquiles y a Patroclo. Se criaron juntos, lucharon juntos. Amó a Roxana, a Barsine-Estatira, a Parysatis, a Bagoas, a Euxenippos quizá, a mujeres y a hombres. Abrazó las culturas que conquistaba, se casó con persas, se vistió con sus ropas. Tuvo como padre a Filipo, que le legó un ejército compacto, y como madre a Olimpia, que gustaba, nos explicó Amparo Pamplona, de jugar con serpientes y de bailar desnuda a la luz de la luna y que fue, además, responsable de varios de los asesinatos que ocurrieron en su tiempo. Las mujeres hacían política de esta forma: como las dejaban. Como la hacen Cleófila y Axiana: con el cuerpo, con su lengua, con la seducción, con los perfumes.

Hay voluptuosidad en esta obra. Voluptuosidad y exquisitez en el vestuario de Paco Delgado, en la escenografía con esos 10.000 litros de agua en la escena del teatro, responsabilidad de Mónica Borromello; en la iluminación precisa de Juan Gómez Cornejo. Hay candidatos al Oscar, premios Nacionales y premios Max aquí, al servicio de una obra que dirige un señor muy inteligente. Se llama Luis Luque y te cuenta cómo Alejandro Magno entendió que debía elegir la justicia en lugar de la venganza y que, desde la Ilustración, todo el recorrido cultural que hemos vivido, como especie, nos ha hecho cambiar nuestra psique. Pero, en aquel tiempo los hombres eran auténticas vísceras con patas. Y así, esta obra sexy ha nacido del abrazo. Del que eligió Alejandro Magno, de la escucha, el amor y el encuentro, "en esta época en la que nos hemos ido del territorio común". Eligió este modo, la conquista y la asimilación, porque el emperador, además de ser un estratega magnífico, dormía con la Ilíada bajo la cabeza. "Creo que fue el primer y último político al que le interesó la cultura".

"No sé quién fue el primero que me habló de él". Félix Gómez leyó la biografía de Mary Renault cuando era pequeño. Luego leyó su trilogía y luego todo lo demás. Entiende el mito y entiende, también, al hombre, porque, al fin y al cabo, al mito ya lo conocemos. Conocemos al joven que domó a Bucéfalo y cuyo padre le aconsejó irse del villorrio en el que vivía porque se le había quedado pequeño. Conocemos al que se ensuciaba en las lides del amor y de la guerra. A quien, tras la muerte de Hefestión, dejó de comer, de beber y de hablar, mandó cortar las crines de los caballos de su ejército, canceló todos los festejos y le quiso construir un mausoleo digno de un dios. Murió antes de verlo terminar.

Eran, todos, muy jóvenes. Son también jóvenes Armando del Río, Aitor Luna, Unax Ugalde, Marina San José, Diana Palazón. Hay personajes que murieron pronto pero a los que un actor, salvo muy honrosas excepciones, no se puede enfrentar si no le han partido ya por la mitad unas tres o cuatro veces. Véase un Hamlet, por ejemplo. Un Poros, con su dignidad y con su fuerza.

--Solo los cobardes hablan. Los valientes luchan.

--De qué vale tu honor en una fosa común en mitad del campo.

Son historias de amor y de política. De reyes que quieren la guerra y que se preparan para la paz y para convencer, o traicionar, a los amigos. Y, sobre todo, esta obra es la historia de una mente sobrehumana que inventó tácticas de guerra que se siguen usando hoy. Se llamó Alejandro Magno y murió hace 25 siglos.