Filoctetes se jacta de ser el más justo y el más honrado, el más honesto y el más sincero. Pero sus palabras ponen siempre en riesgo a todos los demás. Así le define Ulises, que le dice a Neoptólemo: «Ahora sé perfectamente que no es la fuerza la que todo lo puede, sino que lo son las palabras. Son las palabras las que todo lo guían. Las palabras rigen y enderezan, manejan y orientan».

Sófocles fue un próbulo, uno de los diez elegidos tras el golpe de estado del 411, un magistrado que se dedicaba a preparar y a ejecutar o hacer ejecutar las decisiones de los poderes gubernamentales: eran gentes de edad provecta, los sabios entre los sabios. Durante esa crisis de la democracia ateniense y en plena guerra del Peloponeso, este señor escribió Filoctetes, que quizá sea una obra política, en sentido estricto: el poder, la guerra, la verdad y la mentira y las argucias para conseguir un fin mayor, la derrota y la victoria, el sometimiento, las traiciones, la corrupción de la personalidad de alguien considerado por el resto como un héroe.

Nos vamos a los inicios de la guerra de Troya. Paris, el de la hermosa figura, ha raptado a Helena. Es quien mata a Aquiles, no sabemos con qué arma (son mitos: qué quieren: hay muchas versiones). Aquiles tiene un hijo, Neoptólemo. Quédense con este nombre, que luego volverá a salir. Los griegos se van a Troya y a Filoctetes, que profana un templo (era un provocador, sin ninguna duda) le muerde una serpiente, justo en el mismo lugar en el que él había incinerado a Hércules y que se comprometió a no revelar. En fin: otros dicen que a la serpiente la manda Juno precisamente por haber construido la pira de Hércules. Su herida desprende un hedor fortísimo y, además, él se queja mucho: de dolor y de todo lo demás. Sus compañeros le abandonan en la isla de Lemnos. Una década más tarde, el oráculo profetiza que solo podrán acabar con los troyanos si utilizaban no solo el arco de Filoctetes, que perteneció a Heracles, sino también su destreza. Al fin y al cabo, el hombre se ha pasado sus diez años de abandono construyendo flechas con huesos de pájaros.

Y aquí entra Ulises, el taimado. Ese señor que luego diría que es Nadie y acabaría con el Cíclope, el que siempre quiso regresar a Ítaca. Ulises es un estratega. Un mentiroso, dicen en esta obra, que se pregunta si el fin justifica los medios. Después de haberle traicionado, dudamos mucho de que Filoctetes esté dispuesto a ayudar a sus ex-amigos, así que utiliza a Neoptólemo.

Y se lo lleva a la guerra cuando el niño tiene doce años y es, aún, muy puro. «De alguna forma, Filoctetes -nos cuenta quien le encarna, Pedro Casablanc- se enamora de Neoptólemo, porque es la primera persona que ve en diez años y casi lo adopta como hijo, como persona de confianza, como amigo...». Eso sí: luego se sentirá traicionado. Cómo no. Porque Neoptólemo, al principio, era de índole tal que no podía hacer nada valiéndose de malas artes. Y, sin embargo, Ulises le convence de que es la lengua, y no la mano, la que todo lo gobierna.

Es una tragedia de intriga y sin sangre en la que, además, se ha cambiado el coro masculino por un coro de mujeres, que son las que siempre pierden en todas las guerras, que son las que casi nunca participan: «Son las grandes ausentes, pero las grandes protagonistas al mismo tiempo», dice Pepe Viyuela: «Uno se queda preguntando qué hubiera pasado si hubieran escuchado a esas mujeres, invisibles en la isla de Lemnos pero tan determinantes en el devenir de la historia».

Las islas (recuerden La tempestad) siempre son evocadoras. Y Paco Azorín, que firma su décima escenografía en el Festival de Mérida, nos contaba que el teatro romano es lo suficientemente grandioso como para escupirle a la cara lo que no le gusta. Así que jugó con dos elementos: la insularidad volcánica, ese territorio en el que no crece nada, y un vertedero: «Me gustaría que el público pudiera identificarse con Filoctetes y eso pasa por la idea del desecho. Filoctetes es un desecho de la sociedad, lo han dejado ahí tirado en cualquier sitio, y somos una sociedad especialista en dejar tiradas cosas». También hay proyecciones: los pájaros sobrevuelan la isla, hay tormentas, hay luchas y coreografías. Y hay cuatro actores principales en estado de gracia: al menos lo que vimos en el ensayo general.

Oh, promontorios. Oh, calas. Oh, animales salvajes de las montañas con las que yo vivía. Oh, abruptas rocas… A ningún otro conozco con el que pueda hablar. Eso grita Filoctetes cuando Neoptólemo le traiciona. Lleva diez años sin hablar con nadie. Es recto, pero ha transcurrido una década. Solo. Con una soledad impuesta. ¿Cómo afecta esto al cerebro de un hombre? ¿Cómo afecta la guerra a Ulises, que está cansado, porque ha transcurrido el mismo tiempo desde que salió de casa y Penélope y Telémaco le esperan? Al final, son solo dos tipos a los que las circunstancias han derrotado y que, como en toda tragedia, han de cumplir un destino para el que quizá, como también escribió Sófocles, «sería mejor no haber nacido».