"Teoría del Resentimiento" llama Harold Bloom a recuperar la obra de escritores negros, o mujeres, o mujeres negras, que no ha traspasado los siglos porque, por supuesto, no era lo suficientemente buena. La historia, de todas las áreas, es algo que escriben los vencedores: hombres, varones, blancos, heterosexuales. Acotan, deciden el canon, lo que llega y lo que no. Ahora también. Ellos nos traspasaron el mito de Fedra: Séneca y Eurípides (y Racine, no olvidamos a Racine). Escribieron la de Pigmalión y Galatea: lo hicieron Ovidio y George Bernard Shaw, ese señor que quiso revolucionar el idioma, que amaba a los animales y no se los comía y que dijo una vez aquello de que la vida no iba de encontrarse a uno mismo, sino de crearse a uno mismo. Eso, dice Paloma San Basilio, es lo que está haciendo ella ahora, después de haber anunciado hace tres años que dejaba de cantar, que quería despedirse, irse a Los Angeles, escribir una novela, pintar, descansar al fin. Pero que es bueno que a los 65, una mujer pueda afrontar proyectos. Sobre todo en esta profesión suya, llena de riesgos, de diques secos y de éxitos rotundos que duran un año.

Que Paloma San Basilio tiene una de las mejores voces del mundo es algo que sabe cualquiera. Llega a la entrevista tarareando: tararea a todas horas. Conoce su instrumento, le gusta sentir el calor y, cuando hablas con ella, descubres lo que ya intuías: nadie lleva una carrera de cuarenta años de duración si no es extremadamente inteligente. Pero, además de ser extremadamente inteligente, es culta, tiene un gusto musical impecable ("hemos elegido canciones de musicales muy conocidos, sí, pero no las más famosas: son temas, más bien, de culto") y es cercana y dispuesta.

Habla del patriarcado. Del patriarcado que quiere denunciar con La décima musa ("soy una especie de mosca tararí que va diciendo siempre: así no ocurrió esto") y del patriarcado que hace a las cantantes actuales tener un discurso feminista de boquilla pero plegarse a las exigencias de la industria con una hipersexualización que no está destinada al público femenino. Lo dice respetuosamente, porque cada cual ha de elegir cómo llevar su carrera. Pero, denuncia, no es empoderamiento.

LA OBRA DE MERIDA

Sobre esta premisa trabaja La décima musa (en escena hasta el domingo). A ella, que se llama Peristera, también la defenestraron las demás, Calíope, Clío, Erato, Talía... Porque, mientras ellas se dedicaban a deleitar en la danza y con su voz, a ser placenteras y a ofrecer gloria, Peristera (que es Paloma en griego), quiere que sean las protagonistas de los mitos las que asuman su propia voz. Ya lo vimos no hace mucho en un monólogo de Clitemnestra en la obra Fuegos . Y con Helena de Troya en Juicio a una zorra . Jacques Offenbach le escribió a esta mujer bellísima que, por lo visto, causó una guerra (ah, la belleza en las mujeres: tan traída y tan llevada) una ópera bufa de la que se han elegido dos temas. Uno se titula, fíjense, Yo no soy culpable .

Ahí la conexión está clara. El de Las ranas , de Stephen Sondheim también: aquí no confronta a Esquilo y Eurípides, pero lo hace con Bernard Shaw y Shakespeare. Hay un barco, y aquí tenemos a Kurt Weill y, por supuesto, está My Fair Lady , porque la historia de Eliza Doolittle (¿quién no asocia a este personaje solo y únicamente con Audrey Hepburn?) es la historia de Pigmalión, del hombre que quiere crear a una mujer o una estatua (¿no son lo mismo, al fin y al cabo?) a su semejanza e imagen.

Pero La bella y la bestia nos recuerda, también, al rapto de Europa. Que es algo así como "soy el macho y te vienes conmigo porque para qué te voy a preguntar". En La bella y la bestia , además, ella se enamora de su captor. Que es de lo más rudo y desagradable. Porque nos gustan los malotes y que nos den caña y que nos maltraten: luego nos enamoramos y los cambiamos. Se vuelven hasta guapos, ellos. Qué cosas.

El amor y el desamor, sobre todo el desamor, y las pasiones. El resto de los musicales que se han elegido son variopintos. Como High Society , que está basado en Historias de Filadelfia , que escribió Philip Barry específicamente para ese monstruo escénico llamado Katharine Hepburn, que acabó tan enamorada del papel que puso dinero para la película. Y, entre Wildhorn, Sondheim, Cole Porter e Irving Berlin, entre muchos otros, se ha orquestado este musical, en el que no solo está Paloma San Basilio. La acompañan David Ordinas e Ignasi Vidal, haciendo de Baco y de Apolo, con la dirección musical de Juan Esteban Cuacci y un libreto (porque todos ellos, además de cantar, actúan) escrito por Guillem-Jordi Graells. Josep Maria Mestres los ha dirigido a todos: "no hemos pretendido hacer una obra escapista, bajo ningún concepto".

¿Se podría haber deseado que fuera un musical original, con temas propios y un libreto hecho para el festival? Sí. ¿Para qué vas a componer algo nuevo si ya existen maravillas como Anything you can do (I can do better) o With one look ? Stanley Kubrick pensaría eso. ¿Funciona? Los musicales son un terreno complicado: hay quien los odia con odio verdadero. En el teatro ocurre como con la literatura y el cine: uno se debe fiar de la gente que tenga más o menos su mismo gusto. Eso sí: lo que dijo Paloma San Basilio, que conoce bien a su público, es que fuéramos allí sin prejuicios. Que es como siempre hay que enfrentarse a la vida.