TLta primera vez que vi a Estrella Morente vino con su padre. El se me acercó en Las Lomas, que era el hotel donde se hacían las ruedas de prensa por aquellos entonces, me preguntó por el lugar donde tenían que ir, sin saber que yo era periodista y que iba al mismo sitio y sin que yo se lo aclarara y se me puso una sonrisa del todo estúpida en la cara porque estaba delante de Enrique Morente. El no la vio: yo las caras de imbécil procuro ponerlas en la intimidad. Luego, le escuché cantar. En el teatro romano de Mérida, con su hija, con Lagartija Nick. Yo iba a verle a él; una amiga mía, a ella: "Es una diosa, esta mujer, encima de ese escenario".

Enrique Morente murió dos años después. José Carlos Plaza les recordó, a él y a Miguel Narros, con lágrimas en la voz, y Estrella ya no pudo hablar.

Presentaban Lisístrata . Cada vez que hay una Lisístrata o una Asamblea de las mujeres , sabemos que podemos esperar un Aristófanes procaz, muy procaz, todo muy caca-culo-pedo-pis y ese tratamiento del sexo que se hace en los países con esta tradición nuestra de pesimismo sexual, como lo llamó la teóloga Uta Ranke-Heinemann. Es decir, bromas de adolescentes pajilleros para las que muchos ya tenemos una edad y un tipo de humor que te hace pensar en lo mucho que te ríes con Mark Twain y Billy Wilder. Mucho taco gritón, mucho intento de una provocación que no es tal... Y mucha gente riéndose de cosas que a ti no te hacían gracia ni a los trece. Qué se le va a hacer: hay un público de comedia y uno de tragedia y yo prefiero a Antígona.

Esto, de todos modos, es otra cosa. Menos mal. Hay sensualidad aquí, por supuesto, con una Aída Gómez que es Lampito, la graciosa y galana Lampito, mírala qué guapa viene, que reta a Antonio Canales a ser más mujer que las propias mujeres... y con un cuerpo de baile que haría temblar los cimientos de cualquier promesa de no dejarse tocar un pelo aunque queramos parar todas las guerras del mundo. Porque Lisístrata cuenta eso: los atenienses y los laconios estaban guerreando y esta mujer del pueblo, como la definía Estrella Morente, convence a las demás para hacer una huelga sexual: "Que si quieren penetrar, primero tendrán que fumar de la pipa de la paz. Y a la tercera que vengan a procurarse el alivio, si no lo pueden jurar, firmarán un armisticio".

Miguel Narros dejó escrita esta Lisístrata en 2003. Nunca se estrenó. Profundo conocedor del teatro clásico (cualquier teatro clásico, desde Shakespeare a Aristófanes, desde Guillén de Castro a Henrik Ibsen), la obra llegó a manos de José Carlos Plaza por uno de los más fieles colaboradores de Narros, Celestino Aranda. Y así, Plaza, que fue alumno de Narros también, y amigo, notó que esta obra ideológica le pedía flamenco: "Contamos una historia sobre la presencia de la mujer en la sociedad, la importancia fundamental que tiene, su capacidad de revolución, la utilización de la sexualidad libre y limpia y de la igualdad de los seres humanos". Tener que hablar de estas cosas, dos mil años después, confesó, "da un poquito de vergüenza".

Con José Carlos Plaza siempre sabemos dos cosas: que vamos a llorar en las ruedas de prensa y que no vamos a entender del todo la escenografía.

Las bombas, la guerra ("cada una de nosotras en la guerra tiene un hombre: un padre, un marido, un hijo, un hermano y un amante. Quién no recuerda, señora, al suyo que está en peligro, de la muerte que le acecha y la que lleva consigo. Pa que se acabe la guerra y no se arme más ruïdo, nosotras solas tenemos el remedio esclarecío: deberemos calentarlos, a reventar las calderas y con las mismas, pararlos"), el hastío ("no puedo llevar más luto"), la idea de Lisístrata, las dudas de las mujeres... todo lo han contado (y cantado, claro, y bailado) con una saeta, bulerías, tangos, fandangos (con un guiño al fandango que creó Enrique Morente), soleás, tanguillos de Cádiz, una soleá del Charamusco, farrucas, tanguillos y alegrías de Cádiz, un tango de Málaga y una letra de tangos extremeños. Yo no distingo una colombiana de una malagueña, pero Antonio Alcántara, aficionado (en el mejor sentido de la palabra, el que le daban Morente y Camarón) y periodista en la SER, sí. Lo mejor que puede hacer alguien que ejerce este oficio es preguntar al que sabe mucho más que tú y darte por satisfecha, íntimamente, cuando su criterio coincide con el tuyo.

Estrella Morente se come el escenario. En eso estamos de acuerdo. Oímos a Ketama, también (los de cierta generación hemos crecido con Ketama). Volvimos a pensar en la envidia que nos da que alguien tenga tanto control sobre sus músculos y sea tan capaz de hablar con el cuerpo. En lo sensual (y masculino) que resulta ver a un hombre bailando (cuando lo hace bien). En la maravilla de escuchar esas guitarras, a Carmona, a Montoyita, el cajón de Lucky Losada. Y en la alegría de ver una Lisístrata tan elegante. Que sí, ya sabemos cómo firmaron la paz los personajes de Aristófanes: con la excitación a cuestas y cuerpos cavernosos dignos de un Príapo. Pero no nos hace falta ver lo mismo una y otra vez encima de un escenario. Se agradece esta propuesta flamenca. Gracias, señor Narros, esté donde esté. Abrace, por nosotros, a Morente y a Habichuela, muchas gracias.