El problema del verso es que los actores canten. Si se hace bien, es maravilloso. Si no, es un horror. "Soy muy purista con el verso", confesó Esteve Ferrer, el director de Los Pelópidas , al que definieron, todos sus actores, como "un grandísimo tocapelotas". Hablar en ripio, esa rima fácil que se ha usado siempre en canciones y en obras de teatro y que Jorge Llopis reivindicó, puede hacer perder el hilo de la obra, más pendiente uno de las rimas que de lo que los actores dicen. Pero no ocurre eso en Los Pelópidas . Damos fe.

Los Pelópidas , contemos, son los Atridas, los descendientes de Pélope, entre los que se encuentran Egisto, Atreo, Crisipo, Agamenón, Menelao, Ifigenia, Orestes y todos esos personajes que los asiduos al Festival de Mérida conocemos bien.

Y Elektra.

Esa yegua.

Aquí, Elektra es más bien una superviviente: su marido, el rey de Tebas, Antrax, se ha ido a la guerra, ella no sabe si está vivo o está muerto y se casa con Phideos, que no tiene ni idea de gobernar, pero ahí está, el tío. Antrax (un Pedro Rodríguez dulcísimo, pobrecito mío, al que dan unas ganas de achuchar...) regresa para ver su trono en manos de otro, a su mujer yaciendo con un hombre que no es él y su país sumido en la ruina más absoluta y con protestas por doquier. "Tebas mañana será republicana. Más Platón y menos corrupción. Phideos, dónde llevas a la ciudad de Tebas. Oh, Zeus inmortal. Oh, Zeus omnipotente, mira a tu pueblo y a esta pobre gente". Todo eso corean. Y más. Quieren hasta lapidar. Porque el pueblo llano, cuando se pone, qué burro puede llegar a ser. Y los trágicos griegos, porque esto tiene pinta de tragedia (cuernos por aquí, cuernos por allá, incestos por acá y por acullá), también sabían que no hay nada mejor que reírse de las desgracias de los demás cuando esos demás son los poderosos que te tienen sojuzgado. Ya ven: los ricos también lloran.

Umberto Eco nos enseñó algo que los griegos ya sabían: "El que trama, si trama, lo hace por debajo". La dominación, de cualquier tipo, se basa en dominar las corrientes subterráneas. Así que Antrax tiene que fingir (siempre hay un fingidor, en las comedias). No le sale muy bien. "Me hice dueño de Tebas en buena hora. Y de Elektra. ¡Mi madre, qué señora! Y tiene un lunarcito carmesí...". Este es Phideos, por supuesto. Y Antrax, compungido, le contesta: "Ya lo sé, ya lo sé, lo tiene aquí". "¿Y tú cómo lo sabes?" "Es corriente, un lunar... lo ha tenido mucha gente". "El de Elektra parece..." "Un huevo frito con la clara muy hecha" "¡Es inaudito!" "Mi abuela tuvo dos. En el mentón. Con las obras completas de Platón". Esta última frase la dice Faetón, asesor de Antrax y el único que parece medio cuerdo y con una estrategia más o menos clara. También hay una correveidile que se llama Menestra, a la que interpreta Ana García (imposible no pensar en su Andrea de Los Gemelos cuando la vemos encarnando a esta criada), una adivina que no adivina mucho llamada Creosota (Eva Gómez), Yocasta en modo escéptico (una divertidísima Lali Donoso) y un dios tremendo que lo gobierna todo y que no es otro que Zeus. Las comedias, ya saben, tratan a los dioses como lo que son: hijos de los hombres y, en este caso, con sus mismas debilidades (ser infieles, engañar, fingir, embrollarlo todo y emborracharse) y con sus mismas fortalezas (que no sabemos, por cierto, en este caso, cuáles son).

En Los Pelópidas , nos contaron, sobrevuela el espíritu de Jorge Llopis, el alicantino que trabajó en La Codorniz ("la revista más audaz para el lector más inteligente") y que compiló "Las mil peores poesías de la lengua castellana". Como él estaba muy pegado a la actualidad de su tiempo, Florián Recio ha adaptado una obra que, además, sirve para celebrar los 30 años de Suripanta como compañía.

Llevan tres décadas en activo y nunca habían actuado en el teatro romano de Mérida.

Y miren: no cabe en cabeza humana que una compañía como Suripanta nunca haya estado en el festival. Tampoco que haya actores extremeños (y emeritenses más, como Lali Donoso), solventes, buenos (y, sí, los tenemos muy buenos y hay que decirlo más: Paca Velardiez es un monstruo, pero también lo son Esteban G. Ballesteros, José Vicente Moirón, Juan Carlos Tirado, Memé Tabares, Pedro Montero, Ana Trinidad, etc. etcétera) que no hayan pisado nunca el teatro romano de Mérida. Entre otras cosas, porque si hay compañías que conocen bien ese espacio, que hayan estudiado los 52 metros, los vomitorios y la valva regia y desde dónde proyectar la voz y cómo crear una escenografía que puede ser lo más gamberro del mundo y lo más respetuoso con el teatro a la vez, también son las extremeñas. Y esto, lo aseguro, no nace de un localismo mal entendido (de hecho, cuando me dijeron en una charla informal una vez que se podría hacer el festival solo con compañías extremeñas, yo miré a mi interlocutora como si se hubiera vuelto loca). Esta aseveración (porque no es una opinión) nace de una década entera sentada en esas gradas todos los veranos sin faltar ni uno, a razón de una decena de obras por año. Más vale tarde que nunca, de todos modos.