TUtn año más las producciones extremeñas participantes en el Festival --tanto en la comedia como en la tragedia-- han sido las únicas que han subido al podio del laurel, dejando muy atrás a las producciones foráneas. Esta semana, el estreno de Marco Aurelio espectáculo de la compañía Teatrapo , de Villanueva de la Serena, ha sido un gran éxito que cierra el telón imaginario del Teatro Romano --de la 62 edición-- con broche de oro.

El texto teatral de Marco Aurelio , que fue dado a conocer el pasado año, está escrito por Agustín Muñoz Sanz , conocido médico e intelectual de largo recorrido --novelista, ensayista y articulista extremeño-- y de alta facundia. El autor centra su obra en este emperador romano (desconocido teatralmente) marcado por las numerosas y dilatadas guerras que mantuvo en los límites del imperio, que ha pasado a la posteridad con unos rasgos más positivos, construidos sobre la descripción que las fuentes antiguas, especialmente del renacimiento, realizan de su persona --dedicada al estudio de la filosofía-- y de su obra Meditaciones (una de las principales del estoicismo romano).

Muñoz Sanz, construye Marco Aurelio --a partir de una tesis doctoral-- haciendo una rigurosa investigación de la última semana que vivió el emperador, tal vez inspirándose --por la semejanza de algunas escenas- en los textos de Relox de Príncipes del cronista Fray Antonio de Guevara (siglo XVI), que tratan a Marco Aurelio como el emperador más perfecto de la antigüedad en virtud y sabiduría. Logra una interesante tragedia de un hombre que se debate entre la vida y la muerte, brillando la escritura en las reflexiones sobre temas como los límites de la naturaleza humana, la fugacidad del tiempo, los valores morales o la manera correcta de conducirse en la vida. Y también la de un Marco Aurelio más íntimo a la hora de afrontar las grandes polémicas de su gobierno, siendo una --que ha hecho verter ríos de tinta-- la persecución del cristianismo que prosiguió bajo su reinado. Sin embargo, en la dramaturgia del texto publicado el autor está un poco verde (es su primera obra de teatro). Los diálogos y monólogos, en algunos momentos, están atosigados de una retórica pretenciosa que no acaba de solidar en el planteamiento escénico como propuesta sugerente de cuestionamiento, y que puede resultar una lectura fatigosa. Por tal cuestión, para la representación en el Teatro Romano, Muñoz Sanz ha reescrito el texto contando con la colaboración de tres ases del teatro --Miguel Murillo , José F. Delgado y Eugenio Amaya --, expertos en dramaturgia literaria y dramaturgia escénica, logrando de esta suerte una nueva y excelente versión.

La puesta en escena, de Amaya, nos brinda las posibilidades de una lectura actual fraguada con una estructurada línea clásica de sobriedad y belleza características de la tragedia, que aquí aprovecha plenamente el espacio romano dando una lección magistral de lo que se puede hacer utilizando solamente el monumento como escenografía. Un montaje, del estilo pulcro del director, que destaca tanto por la claridad expresiva y dominio de la declamación como por la depurada ambientación catártica, la intensidad gradual del clímax y el riguroso sentido de la composición escénica. En esta ocasión, en un espacio consumado de coreografías y de simbolismos recreados por figuras estéticas de un coro --utilizado a lo largo y ancho del monumento-- que permite todo un juego de vitalidad dramática, lírica y plástica. Un trabajo magnífico integral --en el que intervienen Diego Ramos (espacio escénico), María Lama (danzas), Fran Cordero (iluminación), Pepa Casado (caracterización) y Mariano Lozano-Plata (música)-- en torno a esa predestinación que sopla en la escena sobre el personaje en cuestión.

A la interpretación, compuesta por un reparto de ocho conocidos actores no se le puede pedir más, es óptima. Vicente Cuesta hace grandiosamente de Marco Aurelio, transmitiendo en todo momento la intención y emoción del personaje (interpretación que me recordó a la de un fenomenal Galileo de hace años). José Vicente Moirón (Cómodo), que borda su inquietante y perverso personaje dominando la escena con fuerza dramática y muchos recursos más, en un papel de reparto que admirablemente está a la altura o más del protagonista. Igualmente ocurre con María Luisa Borruel , destacada como madre en una escena espectral en la que luce su presencia escénica y cadenciosa voz. Fermín Núñez (Pompeyano), mostrando impecable un carácter templado del militar romano. Gabriel Moreno (Crispino) imprimiendo convicción a un esclavo lleno de ternura. Cándido Gómez (Galeno) que muestra al famoso médico con su buen oficio teatral de muchos años. Y María Lama (Faustina) y Roberto Calle (Alejandro de Abonutico) que logran una buena caracterización física y oral de sus personajes.

El espectáculo, que resultó hermoso, fue fervorosamente aplaudido por el numeroso público asistente, puesto en pie.