Andan por ahí montones de cosas formidables, pero ninguna tan portentosa como el hombre. El hombre domina los vientos, las bestias, las tierras y supo, por sí solo, del pensamiento abstracto que le hizo crear las normas y las leyes. Y aquel que enterrare a Polinices sería privado de su condición de ciudadano.

¿Qué hombre fue el que se atrevió a esto?, pregunta Creonte.

No fue ningún hombre.

Podría ver mil versiones de la Antígona de Sófocles y no me cansaría nunca. Una tragedia sucede cuando, hagas lo que hagas, no hay escapatoria para el horror y el infortunio. Antígona es hija de Edipo y Yocasta, que a su vez es la madre de Edipo. Antígona es hermana de Ismene, de Polinices y de Eteocles. Los dos varones, a causa de una maldición que su padre ha lanzado sobre ellos, están todo el rato guerreando por el trono de Tebas. En un primer momento, el acuerdo fue que, durante un tiempo, gobernaría uno y, después, gobernaría el otro (como Fran Fragoso e Ignacio Gragera), pero en algún punto de la historia, Eteocles no cedió y Polinices se fue para armar un ejército. Mueren el uno a manos del otro, sin varones a los que encumbrar. El hermano de Yocasta, Creonte, se hace con el trono y ordena enterrar con honores a Eteocles y dejar a la intemperie, para que sea pasto de las bestias, a Polinices.

Pero si un griego no se enterraba, su alma no conocería la paz.

Antígona le entierra. Antígona se lo cuenta a Ismene. Antígona dice: «Conviene darse cuenta, por un lado, de que nacimos mujeres, lo que implica que no estamos preparadas para combatir contra hombres; y, luego, de que dependemos del arbitrio de quienes son más fuertes en cuanto a acatar estas órdenes y hasta otras más dolorosas todavía».

Creonte la condena a muerte. «En mí no ha de mandar una mujer».

Antígona está prometida a Hemón, el hijo de Creonte. No ha venido al mundo a repartir odio, sino amor. Creonte la condena, porque el soberano no puede prevaricar. Tiene algunos de los parlamentos más bellos de la obra: cómo se conoce a alguien cuando asume poder, cómo el dinero corrompe al más justo.

Una tragedia es, siempre, la historia de un conflicto sin solución. Esta semana es la semana de la danza en el Festival de Mérida. Primero, Rafael Amargo, con Dionisio. Después, el ballet de Víctor Ullate, con Antígona. Se representa en el Festival de Teatro de Mérida del 19 al 21 de julio.

Ullate se iba a retirar con Carmen. Ahora dice que sí, de verdad de la buena, tras dos infartos y estar a punto de morir en la mesa de operaciones. «Me vengo a vivir a Villanueva de la Vera». Con Eduardo Lao, que primero fue su alumno y luego el director artístico de su compañía hasta que llegó Lucía Lacarra en la temporada 2018/2019, ha decidido crear una Antígona sin texto, porque es una obra de danza, con el sello y el estilo que le caracterizan y, por supuesto, con un toque mediterráneo y la música que le acompañó durante la convalecencia: la de Lisa Gerrard. Gerrard es una cantante australiana, líder del grupo Dead Can Dance, una compositora personalísima, que inventa idiomas lo mismo que te arrulla con la voz y a la que han escuchado en temas de Misión Imposible 2, Gladiator o Samsara. Han creado juntos: Eduardo Lao, Lucía Lacarra y él. Le preguntamos a Lao por el futuro de la compañía. «Tiene muchos novios», nos dijo. Pero también me contó Ullate que ha tenido problemas enormes para pagar las nóminas y recuerdo a Ángel Corella queriendo montar una compañía en España y qué desazón lo que hace el país con sus creadores. Lo han dicho desde Corella hasta Nacho Duato o Tamara Rojo: lo de la situación de la danza en España no es nuevo y no sé siquiera cómo transmitir a la población de que cualquier euro invertido en cultura es un euro bien gastado: igual de bien gastado que en una venda de hospital.

Pensar lo contrario también es una cuestión ideológica. Es una palabra que escuchamos en discursos simples (estamos en la era de la política espectáculo), siempre con apellidos. «Vamos a impedir la dictadura de la ideología de género». «No queremos obras ideológicas» ¿Alguien me puede decir que Antígona, de Sófocles, que habla de desobediencia civil, de la ley natural por encima de la ley que se otorgan los hombres, del desafío que puede suponer un inferior -la mujer era muy inferior-, del dinero y la corrupción... alguien podría sostener que esta obra no es política? ¿Alguien podría decir que no lo son El nuevo orden mundial o Celebración, de Harold Pinter? ¿The Searchers, de John Ford? Hasta las dos últimas películas de Los Vengadores o esa Forrest Gump en la que lo que sonaba a aperturista era castigado con el sida tienen carga ideológica, porque toda representación del mundo la tiene. ¿Prohibimos El Rey Lear?

Qué importantes son los relatos. Que alguien vea Antígona y decida bailar y buscar una escuela municipal de danza. Que alguien vea Antígona y decida leerla. Que alguien vea Antígona e intente comprender a Creonte y a Ismene. Que la vea y piense y pida: «Estos proyectos hay que mantenerlos, entre todos porque forman parte de nuestro patrimonio». Ojalá.