No aparece en el First Folio. El First Folio es la primera publicación de las obras de William Shakespeare, que incluye todas las comedias, historias y tragedias consideradas como suyas: todos los críticos se han fiado de ella porque la prepararon John Heminges y Henry Condell, que eran amigos suyos, siete años después de su muerte. El Pericles no está y tampoco Los dos caballeros ni Cardenio o Trabajos de amor ganados, que se perdieron. Los dos primeros actos no los escribió él. Los tres últimos sí. Al menos, eso es lo que se asume.

Se ha representado muy poco. La última vez, el año pasado, la hizo Declan Donnellan, que ya la montó también en 1984. «Los textos buenos de verdad -decía- siempre hablan del presente porque indagan en rincones de la condición humana imposibles de explicar por métodos racionales».

El azar gobierna. El libre albedrío no existe. «Pericles es el único personaje de Shakespeare que no hace nada para que le suceda lo que le sucede», dice Hernán Gené, que ha estrenado ya La ejemplar y muy asombrosa historia de Pericles, príncipe de Tiro, de William Shakespeare, representada por los actores de la Compañía Imperial Kartoffel Theater, dirigida por Eiwob Divad.

En la rueda de prensa le pregunté: «A ver, Kartoffel significa ‘patata’ en alemán. Y qué pinta David Bowie aquí».

El teatro, lo hemos contado muchas veces, se basa en pactos múltiples. Así, podemos pensar que existe, realmente, una Compañía Imperial, que tiene dos siglos de vida y que ha sufrido las dos guerras mundiales y algunos tiempos de parón creativo porque sus actores masculinos hubieron de ir al frente. Y que existe un director llamado Eiwod Divad que se queda sin actor protagonista. El resto del elenco lleva ensayando la obra un tiempo. Ese actor debe interpretar a Pericles y le ocurre lo mismo que a él: que le llevan y le traen sin que se dé cuenta de por dónde le viene el aire.

Es un cuento de hadas. Un cuento de hadas «con un rey tiránico, una malvada madrastra, una heroína virtuosa, piratas, combates, naufragios, escenas de burdel, curas mágicas, resurrecciones y, claro está, un final feliz. Una verdadera fiesta para los espectadores». Y es puro Gené, porque Gené es un director personalísimo.

Comenzamos con una tempestad. Y con rock. «Imaginen —así comienza la obra—. Imaginen una horrorosa tempestad y unas naves de antaño, de muy antaño, a merced de los vientos y de las olas que juguetean con ellas a su antojo. Imaginen que, en ese tumulto de tormentas, truenos y olas espantosas, las naves se dispersan, quedando, cada una, a merced de Neptuno y sus caprichos… Imaginen que uno de esos navíos es zarandeado y arrastrado contra los peñascos hasta hacerse pedazos y vomitar hombres, maderas, velas y mástiles contra las afiladas rocas».

Un naufragio. Pericles, príncipe de Tiro, ahora tan solo un simple mortal aferrado a un trozo de madera, lucha contra la furia del mar. Pericles apela a los dioses: «Recordad que solo soy un hombre, un pobre ser humano que siempre se ha sometido a vuestros designios».

Y, de pronto, el narrador para todo el relato. Bravo, estupendo, has estado brillante, pero hay que hacer esta escena otra vez, porque mañana es el estreno y tenemos solo esta noche para hacer el reemplazo del protagonista. El actor que sustituye al otro actor principal se cree demasiado gordo, demasiado viejo, demasiado inseguro para encarnar a Pericles. «Eres el Pericles que siempre soñé», le confiesa el director de la obra: le miente el director de la obra. También es un sujeto movido por esa suerte de demiurgo que es quien piensa en el concepto global de una representación: en la iluminación, la escenografía, el vestuario, los actores. Pericles, la obra de Shakespeare, es una sucesión de combates, resurrecciones, prostitutas, piratas, naves que se hunden, pureza, maldad y traición.

«Qué extraños juegos hacen los pensamientos, ¿verdad? Yo me siento bien y, sin embargo, no me apetece diversión. En mi mente solo hay sitio para ella»: Pericles se ha enamorado. Y Thaisa también: «No puedo dejar de pensar en ese desconocido. Es para mí un diamante entre trozos de vidrio».

Pero Pericles es, sobre todo, la historia de un reencuentro, «una de las escenas más hermosas del teatro isabelino”, como dijo la actriz Marta Larralde, que interpreta a Marinea (no, no a Marina: a Marinea. No hay errata). Porque el Pericles es la historia de un hombre al que el destino aleja de la gente a la que ama, pero a quien el mismo destino vuelve a reunir con ellos. ¿Se recobra el amor, se toma el amor donde se dejó? ¿Hay que reconstruirlo? ¿Somos personas distintas, tras la separación, y quien quisimos una vez ahora se torna un extraño? ¿Cuánto de confusión y de dolor queda en las ausencias?

¿Seguimos, los seres humanos, a merced de otras fuerzas desconocidas? Una vez reconocido ya que el libre albedrío queda muy bien en las películas, porque no existe, podemos asumir también que tenemos un (más o menos) pequeño margen de conducta. ¿Qué harán los marineros cuando los vientos vayan llevándoles por otros caminos?