--Con 200 programas a sus espaldas, ¿se puede decir ya que De buena ley está consolidado?

--Creo que sí. Se ha ganado un lugar en la parrilla en una franja difícil, en la que Tele 5 no tenía solidez. Nos mantenemos en el 16% de cuota, por debajo solo de Los Simpson . Meter con pico y pala un tercer programa entre Los Simpson (A-3) y Corazón, corazón (TVE-1) es un triunfo.

--¿Cuál es el programa en el que ha habido más tensión?

--El que emitimos hoy. Estuve a punto de echar a uno de los litigantes porque no se podía controlar. Era sobre una chica que le pedía al novio que dejara de ver a su exnovia porque se entrometía en su relación. La gente estaba muy alborotada.

--¿Es difícil controlar al público?

--Es muy complicado. Cada vez hay más tensión, porque se ha creado la sensación de que ellos son otros jueces: los de la sociedad. Han cogido confianza y, como no tienen guión, dicen lo que les da la gana. Rebotan sus propias experiencias personales, las proyectan y por eso se enfadan. Mi papel es calentar las brasas y, a la vez, controlarlas.

--¿Cómo se lleva con los personajes fijos del público fuera del plató?

--Intento mantener las distancias, porque si no lo haces, luego no te respetan. Es delicado.

--¿Qué programa ha resultado más frustrante y más soso?

--Ninguno ha sido aburrido. Hasta los que a priori me interesaban menos han acabado interesándome. Estoy aprendiendo que la verdadera igualdad está en la diversidad.

--¿Se nota la crisis económica en los casos que les llegan?

--Muchísimo. Yo creo que la crisis hace que la gente defienda muchísimo más sus recursos. También se nota en la reacción del público: se exaltan con esos temas y se tiran a degüello.

--¿Se ve llegando a los 500?

--Sí, sería maravilloso. Estoy aprendiendo mucho, porque nunca había hecho debates. Te dan mucha soltura.