Paul Greengrass rememora en la película 22 de julio la matanza de Oslo en el 2011 en la que que el ultra Anders Breivik mató a ocho personas en el distrito gubernamental y luego acabó con 69 jóvenes en la isla de Utoya.

-¿Por qué decidió hacer una película sobre este ataque?

-Mi intención inicial era hacer una sobre la crisis migratoria. Para ello estuve en Lesbos, y en Siria y en el norte de África. Pasé un tiempo en los barcos. Y con el tiempo comprendí que el problema de los migrantes está íntimamente ligado a la crisis económica de 2008, que aumentó dramáticamente el desempleo y provocó la congelación salarial y la pérdida de nivel de vida. Combinados, ambos fenómenos han generado una enorme inestabilidad política y un auge de la derecha y de ideologías como el nativismo y el nacionalismo, tanto en EEUU como en toda Europa. Y en el seno de ese cambio ha incubado una extrema derecha dura, violenta y antidemocrática.

-¿Qué papel atribuye usted a Anders Breivik en ese movimiento?

-Él pretendió iniciar una rebelión, creyó que la gente lo seguiría. El fascismo y el supremacismo siempre habían estado ahí, en los márgenes; la gente no los veía, pero sobre todo porque no querían mirarlos. Pero es innegable que los movimientos neonazis son dinámicos y están muy conectados. Y al leer las tesis de Breivik, y al escuchar su testimonio en el juicio, uno se da cuenta de que sus ideas sobre «la traición de las élites», «la farsa de la democracia» y cómo la globalización impuso el multiculturalismo se han extendido. En el 2011 estaban en los márgenes del discurso político pero, actualmente, ningún líder político de extrema derecha tendría reparos a la hora de asumirlas como propias.

-A la hora de hacer la película, ¿contó con el apoyo de supervivientes y familiares de víctimas?

-De haberme topado con alguna oposición por su parte no habría hecho la película. Al contrario, su apoyo fue increíblemente firme. Cuando pasas por una tragedia así, ya sea como víctima o como familiar de víctima, tu vida cambia irrevocablemente. Y necesitas encontrar un sentido a lo sucedido, y para ello es importante no olvidar. Recuerdo que un padre que había perdido a su hija me dijo: «Tienes que contar esta historia, pero no quiero que suavices lo que sucedió porque estarías faltando el respeto a mi hija». Por otro lado, tampoco he querido usarlo para hacer carnaza.

-Habrá quien diga que dar voz a la ideología de Breivik es una forma de promoverla.

-Mire, yo nací en los años 50, y a lo largo de mi vida he sido testigo de muchos cambios políticos pero nunca de un auge de la extrema derecha tan potente y virulento como el que estamos experimentando. E ignorar eso, cerrar nuestros ojos y nuestras mentes ante ello sobre la base de que si hablamos de ello lo estamos promocionando, es un grave error; sobre todo porque los bárbaros ya están trepando nuestras murallas, y no tenemos tiempo que perder. Lo peligroso es pretender que el peligro no existe.

-‘22 de julio’ ha sido producida por Netflix y eso significa que la inmensa mayoría de sus espectadores la verán en una pantalla pequeña. ¿Por qué no prefirió producirla de forma más tradicional?

-Porque con ella quiero llegar a un público juvenil masivo. Y si la hubiera producido con el fin de estrenarla comercialmente tendría que haberlo hecho en esas pequeñas salas de cine de autor. Mi hijo, que es un estudiante, me dijo: «Papá, ninguno de mis amigos irá a ver esta película al cine». En cambio, estrenarse en Netflix le garantiza una audiencia juvenil. Son los jóvenes quienes van a tener que lidiar con las consecuencias de esta sacudida del nativismo y el nacionalismo, quienes tendrán que ganar la lucha. Hay que trabajar en las escuelas, en las universidades, en los lugares de trabajo y en las salas de cine. Y, pese a todo, yo soy optimista.