¿Ver tu serie favorita en casa en el ordenador o en el transporte público en el móvil contamina menos que un deuvedé fabricado en el otro extremo del mundo y entregado por mensajería, como hacía Netflix en sus comienzos? Parece un planteamiento simple, pero los expertos profundizan en la realidad de esta derivada de la explosión del streaming. La respuesta no es tan sencilla.

El streaming (transmisión de imágenes y sonido en tiempo real) representa hoy el 60,6% del tráfico total de internet, según el último informe (septiembre pasado) de la empresa canadiense especializada en equipos de red Sandvine. De este total, Google (con YouTube) representa el 12%, y Netflix, el 11,44%.

Pero aunque esas transmisiones parezcan venir del limbo, la realidad material no es irrelevante: terminales, almacenamiento y redes de transmisión… todos consumen energía. Según los cálculos del Proyecto Shift, un grupo de investigación francés que publicó un informe en julio sobre «el uso insostenible del vídeo on line», el equivalente anual de las transmisiones sería igual a las emisiones de CO2 de un país como España, o el 1% de las emisiones de todo el mundo.

Es el vídeo bajo demanda -con sus gigantes Netflix, Amazon, Apple y muy pronto Disney- lo que domina las emisiones, con el 34% del total (según el Proyecto Shift). O lo que es lo mismo en toneladas de CO2: 102 millones, aproximadamente las emisiones anuales de Chile, irónicamente el país que iba a ser anfitrión de la conferencia climática en diciembre próximo y que finalmente organizará Madrid. Luego vienen los vídeos pornográficos, el 27% del total, los tubos de internet (21%) y los «otros» usos (18%), incluido el sector en auge de los vídeos de redes sociales.

archivos pesados / «El vídeo digital consta de archivos muy pesados ??que crecen con cada generación de alta definición», dice Gary Cook, la persona de Greenpeace en Estados Unidos que vigila el sector del streaming. Ultra HD, 4K, 8K ya anunciados… Los fabricantes compiten, pero «más datos equivalen a más energía para mantener un sistema listo para transmitir este vídeo hasta un dispositivo particular al instante». El problema es que la transmisión bajo demanda es «un recurso utilizado para un cliente individual que mira un vídeo», a diferencia de la televisión convencional, donde un transmisor abastece a todos los espectadores, dice Laurent Lefevre, del Instituto Nacional Francés de investigación de ciencias digitales. Esto ejerce mucha presión sobre tres áreas: terminales, redes y centros de datos. Sobre todo porque el consumidor quiere un servicio rápido y sin contratiempos. Como resultado, «todo el mundo está sobredimensionando el equipo, con el consiguiente desperdicio de recursos en todos los niveles», dice el investigador.

Los proveedores y / o los organismos de radiodifusión trabajan mucho en la búsqueda de mejoras técnicas, por ejemplo, para el enfriamiento de los centros de datos o la codificación para hacer que el vídeo sea menos «pesado». Pero los expertos advierten contra el famoso «efecto rebote», lo que significa que las mejoras en las técnicas de uso de recursos en realidad aumentan el consumo general.

Como la opción de que se produzca un retroceso tecnológico queda excluida, los expertos recomiendan concienciarse. Para Gary Cook, de Greenpeace, «el ejercicio de la responsabilidad colectiva, que requiere que los gigantes de internet cambien rápidamente sus centros de datos a energía renovable, ha sido el principal impulsor del cambio hasta ahora». También podemos procurar un consumo que cause el menor impacto, sugiere Laurent Lefevre: «Lo peor es ver una serie en un teléfono móvil 3G. Es mejor mirarla en casa con una conexión de fibra óptica». Y para cuestionar hábitos que hasta ahora parecen irrefutables, el ShiftProject, que aboga por un debate sobre la «sobriedad digital», también ha puesto en línea el carbonalizador, una extensión del navegador de internet que traduce el CO2 equivalente a las actividades del usuario en la web.