Como un ciclón ha pasado la tremenda mexicana Isabel Madow por la jaula de la sierra (Gran hermano , Tele 5). Y ha dejado tras de sí --como los grandes huracanes de América-- más de un ratón herido profundamente. David, por ejemplo.

Este joven vasco, músico de profesión, le dio un recital melódico, en el yacuzi, a la azteca, que le va que ni pintada aquella estrofa de la canción Ligia Elena de la Orquestra Plateria, que dice, sabrosamente: "¡Qué linda nota que dio aquel trompeta!".

Y sigue diciendo: "Otras niñas que saben del cuento al dormir se preguntan: ¡Ay! Señor, y mi trompetista, ¿cuándo llegará?", requiebro que retrata perfectamente a las otras ratoncitas de la jaula que miraban, atónitas, el cálido y húmedo meneo. "Es que somos humanos", argumentó Isabel, a modo de disculpa, en el plató.

Y Merceditas, con una notable dosis de sana envidia interior, exclamó: "Te quedaste enganchada, Isabel, completamente". Sí señora, como una lapa en un bidet.

Se ha marchado pues la Madow a México, y a pesar de sus esfuerzos submarinos con David, sin escafandra ni nada, a pelo, la espuma de la audiencia parece que no ha acabado de subir del todo. Y encima ha dejado el yacuzi hecho unos zorros. Eso es lo peor.

Otras Américas --. Las del historiador Hugh Thomas, por ejemplo, que acaba de presentar un imponente tomo sobre el imperio español en la época de Colón.

El inevitable Carlos Dávila, a quien todo lo que sea imperial le pone, le entrevistó en El tercer grado (La 2) y le dijo, con una hermosa mezcla de ilusión, de frenesí, y de gozo: "La presencia de marineros vascos en el equipo de Colón da idea de que ya entonces había una subordinación de los vascos a la corona de Castilla y Aragón, ¿verdad?".

Y Thomas abría los ojos, como platos, ante aquel fenómeno humano que tenía delante, tan impagable, tan irrepetible, tan imperial, tan pintoresco.