Están saliendo en la tele, desde hace días, militares que iluminan las tertulias sobre la guerra. Dan opiniones técnicas. Asépticas. Sin motivos personales. Explican la guerra desgajados de toda consideración moral o ética. Juegan ese rol que llaman estrictamente profesional. Cuentan la operación lo mismo que un ingeniero contaría la construcción de un puerto o una autopista. Son apariciones muy agradecidas y coloristas. Con sus uniformes y medallas, dan un empaque muy bonito a las tertulias. Los programas sobre la guerra que emiten TVE-1 y A-3 TV los utilizan mucho. Hablan de operación quirúrgica, de daños colaterales, de estrategia... Escucharles da gusto. No comprometen ni a la cadena que los acoge, ni al presentador que conduce la tertulia. No hay reflexión. No adjetivan. Las palabras sangre o muerte, por ejemplo, no existen en su discurso. No ha lugar. Se limitan a narrar apasionantes asuntos, como la velocidad de una bomba lanzada a tres mil metros de altura en un edificio, o la autonomía que proporciona el equipo de supervivencia que lleva la milicia. Es sensacional. Es como si a la vista de una criatura que se ahoga, llamásemos a un catedrático de física para que nos contase en una pizarrita, desde la orilla, el principio de Arquímedes.

Pinocho. Al Aznar de El guiñol (C+) le ha crecido la nariz. No podía ser de otra manera, después de tantas mentiras. Presenta un tubérculo nasal magnífico. El de Pinocho es pequeño comparado con el suyo. El lunes, acariciando su protuberancia, decía: "Yo estoy con la paz, y más en estos momentos en que los iraquís, armados con edificios, golpean sin piedad las bombas de mi amigo Georggg". A falta de Telediarios creíbles, El guiñol se erige como el mejor informativo.