En su guión de American Beauty (Oscar en 1999), Alan Ball desmitificó el sueño americano y el estereotipo de familia perfecta. Y en su debut en TV, Ball arremete de nuevo contra la estructura familiar. A dos metros bajo tierra mezcla drama, comedia negra y fantasía para hablar de los dueños de una funeraria de Los Angeles, una viuda con tres hijos: el mayor, con complejo de Peter Pan; el segundo, que no se atreve a salir del armario, y la benjamina, una contestataria y amargada adolescente.

¿ Cómo surgió la serie?

--De un estado de desesperación y depresión, porque me rechazaron otra. Estaba muy quemado y se me ocurrió escribir sobre una familia que regenta una funeraria. Fue una especie de catarsis. Tuve suerte, el episodio piloto gustó y pidieron más.

¿Qué le seduce del mundo de embalsamadores y féretros?

--Que la muerte es un miembro más de esta familia. La mayoría somos conscientes de nuestra mortalidad, pero no nos levantamos todos los días con la muerte de frente. Me interesaba saber el efecto que puede tener en la gente: si se es más cínico o se siente más importante por el hecho de tratar con ella día a día. En general, sobre todo en EEUU, nos enfocamos más en la vida, en la juventud, la belleza, la energía... La sociedad se niega a mirar el lado oscuro de la vida, e ignoramos la sabiduría y la calma que va unida a ese tipo de personas que se dedican a enterrar a nuestros muertos.

¿Por qué atraen?

--La gente se identifica con los personajes, más que por la fascinación que pueda haber por ver qué ocurre en un sitio donde se recibe a la muerte a diario. La muerte es un personaje más, está presente, pero lo importante es la vida familiar, su lucha diaria por salir adelante en el trabajo y en el amor.