Qué paradoja. El mejor cine que haya podido verse en televisión se difundió hace años por la única cadena que había, la pública. Ahora que proliferan tantas, esperar una película poco difundida de, pongamos John Ford, Bergman o Preston Sturges, tiene algo de paciencia de pescador.

La operación es simple. Las cadenas privadas no emiten películas en blanco y negro y las de color no tienen una antigüedad de más de seis o siete años. Ni siquiera en el refugio de las madrugadas sueltan algún ejemplar: saturan el tiempo con espacios de venta por teléfono. Alguna vez Tele 5 lo intentó, pero la selección no fue excesivamente brillante y las copias oprobiosas.

La cadena de pago (y su multisistema de canales cinematográficos) ha defraudado a los cinéfilos con sus repeticiones y una selección rácana de películas antiguas.

¿Y la cadena pública? Otra paradoja: podría volver a su sistema de ciclos y emitir películas que ni las privadas ni las de pago pasan (hay como para llenar un océano). Pero tampoco lo ha hecho: arrinconó su espacio de cine-club hasta eliminarlo y uno sólo encuentra la selección que Garci hace en su programa de los lunes: con suerte da con una buena reposición o con alguna obra raramente vista.

Antes uno se hacía con la historia del cine por televisión (desde el japonés al de Harold Lloyd). Hoy (en provincias, claro, donde no hay filmoteca o, si la hay, como en Cáceres, aún no funciona en condiciones), también en esto somos un poco más analfabetos.