Amparo Baró hablaba con toda claridad, el jueves, cuando dijo en El club de la comedia (La 2) que ser santo no tiene ningún mérito. Y lo comparaba con los concursantes de Grand Prix y de Operación Triunfo . Vaya si tiene razón. Situarse al nivel de estas estrellas mediáticas cuesta más bien poco. La comparación es un artilugio dialéctico, pero cada vez estoy más convencido de que hoy la santidad ya no se calcula por los minutos que una persona tarda en quemarse en una hoguera, ni por las flechas que está dispuesta recibir en defensa de un ideal. Para mucha gente, la fórmula para medir si alguien está en condiciones de entrar en este selecto club pasa por los minutos que una persona tarda en levantarse del sofá, incapaz de aguantar determinados programas de televisión.

Sabe de lo que habla Amparo Baró cuando recurre a estas comparaciones. Es la fórmula más sencilla de hacerse entender, de hablar claro y de decir las verdades sin cortapisas.

El mundo de la televisión es omnipresente y hablando de sus pequeñas cosas todos nos entendemos. Gracias por su ironía. Y gracias a El club de la comedia porque, en el sofocante calor, nos cuenta, entre risas, verdades como puños.