Para este San Valentín, Netflix nos trae una caja de bombones… envenenados. Es decir, los ocho episodios de Dirty John, serie sobre el autoengaño amoroso, los monstruos que caminan entre nosotros y el mal uso de la tecnología. La historia fue explicada primero por el periodista Christopher Goffard en una serie de artículos y un exitoso podcast (10 millones de descargas en diez semanas) de Los Angeles Times. Hay que leerla/verla para creerla, como las mejores historias true-crime, género en el que Netflix se ha especializado.

La serie sigue el podcast bastante al pie de la letra, aunque algunos personajes cambian de edad y otros son resultado de la suma de varios. Connie Britton (en uno de sus primeros trabajos tras dejar Nashville) es Debra Newell, madre soltera de dos hijas con gran éxito como diseñadora de interiores, pero poca suerte en los amores. Ya lleva cuatro matrimonios fracasados y, según está comprobando a través del ligue on line, el mercado está fatal. Conoce a John Meehan (Eric Bana), un doctor de carisma letal.

Es divorciado, como ella. Se dice cristiano, como ella. Cuenta que fue anestesiólogo en Irak como parte del equipo de Médicos Sin Fronteras. Parece el tipo ideal. O eso quiere creer Debra. Antes de que se dé cuenta está viviendo con su quinto marido en una casa frente al mar pagada por ella. Quienes no se tragan el cuento son sus hijas Veronica (Juno Temple) y Terra (Julia Garner), quienes perciben señales claras de gran farsa.

La creadora de la serie es Alexandra Cunningham , con sobrada experiencia en terrenos de thriller doméstico, ya que escribió 14 capítulos de Mujeres desesperadas. Dicho género tampoco es extraño para el director Jeffrey Reiner, firmante de 16 de los 40 capítulos de The affair hasta la fecha; aquí los firma todos.