Ante el clamor del No a la guerra, había que hacer alguna cosa. Y como que Urdaci (TVE-1) está todavía convaleciente de la entrevista-felpudo que le hizo a Aznar por lo del Prestige, el presidente prefirió ayer noche visitar a Buruaga en A-3 TV.

Está muy bien pensado: también es una vía la mar de segura. La aparición de Aznar ha sido habilísima. Lejos de salir echando fuego por los ojos, airado y tremebundo por la incomprensión que concita en la ciudadanía su postura de apoyo a la guerra de Bush, prefirió salir investido de una hermosa ternura. Una estrategia acertadísima.

Suavemente, nos introdujo en un discurso persuasivo muy efectivo. No nos desveló ninguna tremenda información sobre Sadam para convencernos de que hay que ir a la guerra. Probablemente porque no la tenía. Pero con la precisión de un académico engarzó palabras, construyó frases, edificó oraciones bellísimas dirigidas a nuestro corazón, evitando pasar por el cerebro a ser posible. O sea, la emoción de Stanislavsky, frente al raciocinio de Brecht.

Tuvo expresiones muy sentidas. Para inculcarnos que Sadam tiene armas de destrucción masiva, dijo: "Estoy diciendo la verdad. No estoy haciendo lo que me gustaría, sino lo que debo". Cuando Buruaga le habló del desgaste electoral que le supone mantener esta postura, advirtió con humilde desprendimiento: "No pienso en los votos". Cuando se le preguntó si se siente solo, suspiró y dijo: "El presidente se siente solo muchas veces".

Y cuando ya estábamos a punto de precipitarnos sobre la pantalla, y abrazarle con cariño, o sea, cuando ya nos tenía en el bolsillo, dio un punto de gas e introdujo a ETA en su discurso. Es decir, el golpe final del terrorismo que sufrimos aquí como advertencia de lo que puede venir de allí.

Descubrámonos ante el arte de la mezcla de palabras para justificar una postura. O sea, solo faltó Silvia Jato. Pasapalabra .