Karlos Arguiñano (Beasáin, Guipúzcoa, 6 de septiembre de 1948) es simpaticote, campechano, divertido, locuaz, imprevisible y con una capacidad innata para salpimentar sus recetas con chistes, canciones a capella y hasta con galopadas por la cocina a lomos de su caballito de madera.

Visto así, se diría que hay momentos en los que se le va la olla. Pero después de tantos años (debutó en TVE en 1991) observándole bregar entre pucheros, lo cierto es que Arguiñano es un señor que nació para ser feliz, y que es capaz de irradiar esta alegría por todos los ángulos de la tele que lo enfoca. Y ya son muchas: ETB, TVE, Tele 5 y, a desde el 20 de septiembre, A-3.

Tras casi 20 años de risas y recetas de sobremesa, el rey del perejil, que antes que cocinero fue chapista de trenes, se puede permitir el lujo de reinventarse, porque a estas alturas de su carrera tiene lo que hay que tener: su imagen aún está rica, rica en la tele y es rico, rico, gracias al imperio culinario que ha sabido alimentar.